Llevamos ya mes y medio de reinado de Felipe VI y los asuntos están más o menos como estaban, cosa que a determinadas personas les parecerá muy bien y a otros les mantendrá en el mismo malestar que experimentaban bajo el reinado del anterior Jefe del Estado. Parece ser que el rey antiguo ha pasado unas semanas en la soledad de sus aposentos y que ahora le han encargado unas representaciones internacionales con las que don Juan Carlos podrá mantenerse más o menos útil. En cuanto al ambiente general, el cambio de rey no se ve por ninguna parte, salvo en los nuevos reyes, que por lo que parece están más risueños que antes. Los periodistas que rodean a la Familia Real dicen que en los nuevos reyes hay una determinación específica de cara a recuperar y consolidar la cercanía con los ciudadanos corrientes, cercanía que en los últimos años se había perdido por culpa de los escándalos que todo el mundo conoce. Esta política de acercamiento se pone de manifiesto en todas las comparecencias, posados y apariciones con la prensa, en las que los reyes abrazan a todo el mundo y se muestran simpatiquísimos. Muy concretamente, los expertos nos aseguran que hay una mutación impresionante en la conducta de la reina doña Letizia, que llevaba varios años recogiéndose en un avinagramiento expresivo perfectamente explícito, y que ahora va por ahí sonriendo y mostrando una jovialidad extraordinaria. No sabemos si lo que le alegra es ser ya la reina, o es que está contenta porque se ha acabado ya la etapa inmediatamente anterior (una etapa que empezaba a tener muy mala pinta desde un punto de vista institucional), o es que la propia reina Letizia es la ideóloga de esta iniciativa empática que de forma indudable se ha puesto en marcha, y en consecuencia está tan en su papel que se ha pasado un poco. El cambio en el semblante de la reina resulta tan extremo y evidente, y denota una felicidad tan repentina, que todo ello provoca una sensación un poco rara, dicho sea desde el respeto más absoluto a las instituciones consolidadas. La cosa es que la reina sonríe más que nunca y que el cuadro familiar del Jefe del Estado es un desparrame de dinamismo juvenil, con las jóvenes princesas /infantas rematando el panorama. En concreto, esta semana los reyes se han pasado dando abrazos a los periodistas durante veinte minutos en un posado veraniego en Marivent.
Tanto entusiasmo es una buena cosa, pero nos tememos que tal vez no sirva por sí solo para mejorar la situación general del país. Y estas efusiones tienen también sus riesgos: en esa misma recepción de los abrazos a la prensa, el rey se vino tan arriba que llegó incluso a decir que Mallorca era “un trozo de Cielo en la Tierra”. Esta declaración de Su Majestad es una de las primeras expediciones de la monarquía española por la cursilería máxima, y en consecuencia es un hecho de cierta importancia histórica. En este blog ya hemos comentado alguna vez que, de todas las personas que en España han ocupado la Jefatura del Estado, el más cursi con diferencia ha sido don Niceto Alcalá Zamora, presidente de la Segunda República, y en segundo lugar podemos poner a Franco, con su retórica religioso-militar, sus alusiones a la raza y sus expresiones ya asimiladas como la del famoso contubernio judeo-masónico. En esta línea, hay que decir que don Juan Carlos I ha sido un rey de discurso más bien frigorificado, mecánico y con pocas excursiones por la lírica cursi, dentro de una sobriedad institucional completa.
Evidentemente, la cursilería tiene muchas manifestaciones y algunas son más estridentes que otras. El rey puede estar encantado de la vida pero creemos que debe contener el frenesí y abstenerse de proferir eslóganes de turoperador rapsoda. “Mallorca es un trozo de Cielo en la Tierra”, ha dicho el rey, y si llegan a darle en ese momento una guitarra podría haber compuesto la próxima canción del verano.
Sin embargo, como es muy difícil captar el temperamento global de la gente, podríamos encontrarnos con que la ciudadanía se emocione con estas efervescencias líricas, y tal vez ocurra que, con dos o tres frases de éstas, los apoyos a la monarquía queden completamente garantizados durante generaciones. El cerebro humano reacciona con una lágrima ante determinados estímulos y tal vez el camino de la cursilería sea el de la consolidación. En este sentido, quizá nos encontremos con que en breve la persona que escriba los discursos de Su Majestad sea el compositor José Luis Perales.