Hablemos de Melanie Griffith. Esta actriz conocidísima es hija de Tippi Hedren, que fue musa de Hitchcock y protagonista de Los Pájaros (1963) y Marnie, La Ladrona (1964); Melanie es también actriz de largo recorrido y que ha sido protagonista de películas muy estimables, entre las que están La Noche se Mueve (1975), Doble Cuerpo (1984), Algo Salvaje (1986) o Armas de Mujer (1988). Además de ser una actriz con naturalidad y con mucha gracia para la comedia, debemos decir que Melanie Griffith ha sido una figura física de gran atractivo, un atractivo natural y perfectamente plausible. La señora Griffith tenía una sonrisa formidable y una expresividad magnífica, expresividad que, como se sabe, es muy importante para despertar la atracción de los demás. Esta actriz protagonizó en 1995 una película española, Two Much, de Fernando Trueba, una comedia de enredo de gran presupuesto y ninguna amenidad, pero que sirvió al menos para que Melanie conociera a Antonio Banderas, famosísimo actor español que por entonces empezaba a hacer carrera en Hollywood. Melanie y Antonio se casaron y formaron una familia que tenía muy buen aspecto. Melanie empezó a chapurrear el castellano como doña Croqueta, aquel personaje creado por Simón Cabido y Juanito Navarro.
A partir de aquel casamiento, las carreras profesionales de estas dos estrellas tomaron rumbos opuestos: el señor Banderas ha protagonizado películas de gran rendimiento popular, mientras que Melanie hizo su última gran aparición como actriz cómica en la fabulosa Ni Un Pelo de Tonto, de Robert Benton, hace casi veinte años. Desde entonces, la señora Griffith no parece ser tenida en cuenta a la hora de configurar un reparto cinematográfico de altos vuelos. Y, en lo físico, se ha producido una divergencia aún mayor: Antonio y Melanie han experimentado un fenómeno que a veces puede verse en la vida corriente, que es el hecho de que un miembro de la pareja (en este caso, el señor Banderas) permanece en un estado de congelación celular, y presenta un aspecto inmutable, de envejecimiento cero; y, mientras tanto, la otra mitad del matrimonio (en este caso, la señora Griffith, que tiene la misma edad que Antonio) trata de interrumpir el natural paso del tiempo con una política de reformas estéticas demenciales, que desnaturalizan su esencia y que además no consiguen detener lo imparable. «Quisisteis evitar la guerra a costa de someteros a la indignidad, y ahora tendréis la indignidad y la guerra», dijo Churchill, y en el caso de Melanie podemos decir que quiso detener su envejecimiento a costa de cambiar su maravillosa sonrisa, y en cambio ha perdido su sonrisa sin evitar el envejecimiento. Melanie es hoy una mujer diferente, ajena a la que fue, y además parece la madre de Antonio, dicho sea esto sin ánimo de crear polémica. Como ya hemos mencionado en este blog, y contra todo aquello que el feminismo trata de proclamar, las mujeres continúan sometidas a un régimen cosmético completamente demencial en virtud del cual se rodean de un inacabable inventario de apósitos (tacones, maquillaje, cremas, ungüentos capilares, wonderbrás, fajas, etc) que no significan otra cosa que una esclavitud pura y completa. ¿De quién es la culpa? Por lo general, una mujer se ve fea, gorda y vieja, y esa percepción viene azuzada casi siempre por otras mujeres, con lo que buena parte de la población femenina está en guerra consigo misma. Los hombres, en cambio, tienden a mantener unos altos niveles de autosatisfacción estética. Un hombre siempre se ve joven, guapo y distinguido, cosa que es, en la mayoría de los casos, un puro disparate. Volviendo a las citas, recordemos ahora al escritor Francisco Umbral, que dijo una vez que él se sentía jovencísimo hasta que se despertó una noche en su cama, miró a su mujer y creyó que estaba acostado con su abuela. En el caso de Melanie, estas nebulosas perceptivas le han llevado a emprender unas operaciones plásticas cuyo resultado es la voladura y la aniquilación de sus esencias características, que eran, a mi entender, muy interesantes. El error es tremendo y doble. Para aquellos que hemos admirado la naturalidad inmediata y primigenia de Melanie Griffith, el resultado de este proceso quirúrgico es una pequeña tragedia.
Ahora Melanie es otra persona, con otros ojos, otra boca y con una expresión facial neutralizada, mientras que Antonio Banderas permanece en un estado de permanencia, si se me permite la expresión redundante. Esta situación física de Antonio ha podido llevarle a suscitar la atracción de determinadas pajarracas que podrían haber rondado periódicamente al actor malagueño, un revoloteo que según algunas fuentes ha sentado realmente mal a la señora Griffith. Y en las últimas semanas se ha anunciado que la pareja ha decidido separarse.
La concreción de todo este procedimiento que hemos tratado de resumir se encuentra en el hombro de la señora Griffith, en el que se puede ver un famoso tatuaje con el nombre de su ya ex marido. Desde hace unos días estamos viendo que Melanie acude a algunas fiestas californianas con el nombre maquillado de muy malas maneras de cara a su ocultación grotesca. Una situación tan absurda sólo podía tener como resumen el hecho físico del tatuaje borroso pero reconocible. Como todo el mundo sabe, los gustos, apetencias, aficiones y filiaciones de una persona cambian constantemente con el paso de los años, y, en consecuencia, ponerse un tatuaje manifestando cualquier afirmación categórica puede considerarse como una decisión equivocada a largo plazo, de la que casi todo el mundo se arrepiente tarde o temprano. Por otro lado, y en mi opinión, los tatuajes no mejoran nunca la superficie epidérmica que decoran. Una persona físicamente desagradable nunca mejora con un tatuaje, y una persona agradable va a empeorar si se somete al tatuaje, llegando incluso a la estampa horripilante de las personas que se meten en una dinámica de tatuajes sucesivos, superpuestos y que acaban cubriendo cuerpos enteros con ilustraciones de un gusto más bien discutible. Por lo tanto, el tatuaje a medio maquillar de Melanie es un colofón ajustado a toda una cadena de decisiones equivocadas.
Mientras haya tacones, implantes mamarios, tatuajes y botox, tendremos que asumir que la gente sigue manteniendo un equilibrio mental endeble.