El salto base

El pasado domingo se emitió en la cadena Cuatro una entrevista con el psiquiatra Luis Rojas Marcos, que como se sabe es un número uno de la profesión y que ejerce en los Estados Unidos. El entrevistador fue Risto Mejide, antiguo jurado belicoso de Operación Triunfo. Mejide es un polemista profesional que deliberadamente busca la heterodoxia y la originalidad del medio, y esta actitud funciona como un repelente para cierto tipo de público, pero la entrevista fue muy interesante porque Mejide dejó hablar al psiquiatra y pudimos ver que este señor Rojas Marcos, que como decimos es un reputado profesor y experto en psiquiatría, es también un hombre lleno de miedos y de incertidumbres. Rojas se piensa las respuestas, y deja muchos flancos abiertos, poniendo de manifiesto una inseguridad admirable. El profesor explicó con pudor y cierto apuro su experiencia durante el 11 S en Nueva York, con los oficinistas cayendo a su alrededor desde las plantas más altas del World Trade Center: la experiencia tuvo que ser un asunto horripilante y le sacudió el espíritu con gran contundencia. Y Rojas Marcos dejó claro que, pese a su posición privilegiada como eminencia de su ramo, este profesor mantiene muchas dudas sobre la naturaleza humana. En este contexto, el psiquiatra reconoció que lleva veinte años corriendo maratones, y explicó que, si una persona como él, con setenta años cumplidos, realiza una actividad tan demencial, con riesgo evidente para su integridad física, es porque él es una persona hiperactiva que además necesita preservar una cierta sensación de juventud, de inmortalidad. Yo tengo que decir que es la primera vez que escucho a un corredor de maratones explicando con toda calma los motivos últimos de este comportamiento absurdo y siendo consciente de que esta manía de correr va en contra de la racionalidad.

Y hemos visto esta entrevista justo después de conocer que el cocinero televisivo Darío Barrio ha perdido la vida tirándose vestido de pájaro por las laderas de alguna montaña. Según parece, el cocinero calculó mal la trayectoria vertiginosa que tomaba en el aire y se pegó un piñazo de tomo y lomo a más de 150 kilómetros por hora. Su salto formaba parte de un homenaje a Álvaro Bultó, deportista que se mató el año pasado haciendo lo mismo. Por lo visto, Barrio y Bultó formaban parte de un grupo de cuatro amigos dedicados al salto al vacío y de los cuales sólo queda ya uno con vida, Armando del Rey. Este señor superviviente, el tal Armando, ha declarado después de la muerte de Barrio que tal vez ha llegado el momento de hacer “un parón”: “Creo que ha llegado la hora de reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí, sobre por qué ha pasado todo esto”.

Probablemente este señor Del Rey piensa que hay un cúmulo de fatalidades en torno a su grupo de amigos y que estamos ante una cuadrilla desgraciada y maldita, al estilo de la terna de toreros de aquella corrida de Pozoblanco (Córdoba) en la que en el año 1984 murió Paquirri; de este cartel han fallecido primero Paquirri y después “El Yiyo”, y sólo queda con vida Vicente Ruiz, “El Soro”, aunque está muy cascado físicamente (ha sufrido treinta y ocho operaciones de rodilla). La mala suerte es un elemento que puede explicar tanta desgracia, aunque otra explicación igual de válida podría estar en el hecho de que estos toreros se ponen recurrentemente delante de unas reses bravas y provistas de una cornamente escalofriante.

En el caso de los hombres-pájaro, y expresando antes que nada nuestra más sentida condolencia, creemos conveniente que alguien aclare a este señor Armando del Rey, superviviente de la cuadrilla, que un buen método para evitar descalabrarse por una cárcava a doscientos por hora podría ser no tirarse en absoluto. Si uno se sienta en su casa y se pone a leer una novela de Corín Tellado, uno puede ser víctima de un infarto o de una subida de azúcar, pero las posibilidades que tiene de partirse la columna contra una roca sin que se le abra el paracaídas son muy reducidas.

Estos hombres voladores eran personas de éxito que buscaban sensaciones inigualables derivadas del vértigo y de la velocidad. La necesidad que tenían de lanzarse al vacío nacía de ese afán por conseguir superar retos y sentirse joven y activo. El señor Rojas Marcos, maratoniano confeso, explicó maravillosamente con Mejide los motivos por los que la gente se pone a hacer estas cosas, y lo hizo con la tranquilidad que da el verdadero conocimiento de la naturaleza humana y el reconocimiento de las debilidades de uno mismo.

En vista de todo esto, y dado que hay leyes que se cumplen siempre, deduzco que me voy acercando a una edad en la que las personas toman la decisión de cometer disparates grotescos y peligrosísimos, y sospecho que no hablamos sólo de actividades dañinas desde un punto de vista físico (como el puenting) sino también de conductas tan tóxicas en lo espiritual como perseguir jovencitas caribeñas o vestirse de forma juvenil, cosa que pone a cualquiera la piel de gallina. El comportamiento ajustado a la edad de uno mismo y a sus circunstancias constituye una heroicidad que parece inalcanzable. Como parece que ése es nuestro futuro, y como todo indica que ese futuro viene de manera inevitable, me tomo hoy la libertad de adelantarme a los acontecimientos y me dispongo a pedir perdón a los que me rodean por mi conducta en el porvenir. Siento mucho lo que va a ocurrir y lamento ya el daño que voy a causar.

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