Hablemos de los llamados emprendedores. Hasta hace unos años, este término servía para identificar a la persona que comenzase una actividad cualquiera; hoy en día el emprendedor es una figura relacionada de forma inequívoca con los negocios nuevos que han surgido al calor de Internet. En términos generales, el emprendedor actual es un joven preparadísimo que monta un negocio con poco capital y que consigue el éxito mercantil, llegando en algunos casos a lograr el mayor triunfo que un emprendedor moderno puede alcanzar, que es vender su negocio por una millonada colosal y dedicarse a ofrecer charlas explicativas por todo el mundo, charlas remuneradas de manera sustanciosa. El emprendedor entra así en un círculo mágico de emprendizaje, apostolado y acumulación exponencial de divisas.
Los negocios emprendidos por estos emprendedores tienen las más diversas naturalezas, pero la base común de estos negocios es Internet. Los emprendedores generalmente no usan Internet como accesorio, sino que Internet es el fundamento del negocio que montan. Así, las empresas de la gran mayoría de los emprendedores se dedican a poner en contacto a cliente y proveedor. Ése es el servicio que prestan muchísimas de estas nuevas compañías: la intermediación. La formación de estos negocios suele seguir el mismo patrón: al principio, el futuro emprendedor (que todavía es solamente una especie de universitario) está en su casa y se percata de que hay en el mercado varios miles de consumidores potenciales de berenjenas que están deseando dejar de comprarlas en la frutería y que estarían encantados de poder adquirirlas por Internet y conseguir así que se las traigan a casa. Ese futuro emprendedor monta una página web de aspecto irreprochable, una web sencillísima y absolutamente intuitiva en la que incluso un chimpancé se manejaría perfectamente, y la prepara para que en esa web la gente compre las berenjenas directamente al productor. El emprendedor trabaja exclusivamente bajo pedido, no tiene problemas de stock, no tiene deuda y tiene una plantilla formada por un cuñado suyo que es informático y por una veinteañera que le lleva la administración. Previamente, el emprendedor ha elegido un nombre chulísimo para su empresa, que normalmente es una sofisticada palabra en latín o griego, o que puede estar basado en el producto con el que se trafica (en el caso de las berenjenas, un nombre muy adecuado para la empresa podría ser, por ejemplo, Berenjenalia), y empieza una actividad frenética de difusión en las redes sociales de sus servicios (porque el emprendedor no se gasta un duro en nada, y mucho menos en publicidad tradicional). Si Berenjenalia acaba siendo un éxito, el emprendedor la vende por una millonada a alguna megaempresa del ramo de la tecnología o a alguna compañía tradicional de distribución que ande un poco despistada, y ese emprendedor se convierte oficialmente en una persona profundamente multimillonaria y en un fenómeno total, aplaudido en el mundo entero.
No me gustaría que algún lector se llevase la impresión de que aquí menospreciamos la actividad del emprendizaje. La creación de una empresa como Berenjenalia es un hecho económico admirable y que nos provoca una envidia total; nosotros seríamos felices si fuéramos capaces de montar no un Berenjenalia, sino cualquier Lentejalia, Guisantorium, o un simple Altramuces 2.0, de cara a poder impartir charlas en medio mundo vestidos con unos vaqueros y unas zapatillas de deporte. Pero por el momento nosotros no estamos provistos de la capacidad para detectar necesidades globales de consumo, y eso es algo altamente deprimente y que nos lleva sin remisión al fracaso económico y a tener que ir tirando por la vida de la manera más gris. Por tanto, pedimos un aplauso para Berenjenalia y para su ocurrente fundador. Pero es muy interesante señalar que este formato empresarial de intermediación pura presenta unos niveles de innovación económica o tecnológica bajísimos y realmente está sustituyendo a lo que hasta ahora conocíamos como el almacén. Lo que antes era Comercial Hermanos Argandoña, S.L., o bien Hortalizas del Ebro, S.A., con su nave, sus camiones y sus albaranes, hoy es Berenjenalia, con la enorme ventaja de la inexistente estructura de costes de Berenjenalia. Es decir, que los empresarios modernos, que están triunfando y que dan charlas en medio mundo utilizando una jerga maravillosa y absolutamente ininteligible, son en muchos casos unos señores almacenistas sin almacén y que usan camiones de otros bajo pedido y con prepago. Es comprensible que muchísima gente ande loca por conocer los secretos del enriquecimiento económico y que, en consecuencia, haga peregrinaciones para escuchar las conferencias de estos señores emprendedores; vayan todos en buena hora a tomar apuntes y que todo el mundo se forre dentro de lo posible. Pero si pensamos que el elemento tractor de la economía productiva del futuro es Berenjenalia, con su plantilla formada por un informático y una administrativa, con su página web modernísima y blanca como la nieve, muy probablemente nos encontraremos con un futuro en el que todos intermediemos en la red y en el que nadie produzca nada; un futuro en el que nuestros seis millones de parados serán todos unos emprendedores de padre y muy señor mío. En ese momento tendrán que surgir unos supraemprendedores que pongan un poco de orden y que intermedien entre estos seis millones de nuevos emprendedores: tendremos a nuestra disposición portales de Internet como Emprendedorium o Startupmegaworld, en el que podremos buscar al mejor de entre los seiscientos cincuenta mil intermediadores de mecheros Bunsen o de gatos hidráulicos que habrá en ese momento en el mercado español.Lo que no tenemos muy claro es quién confeccionará esos gatos hidráulicos, aunque todos los indicios nos llevan a pensar que los gatos se harán en China.