En el ambiente de la economía contemporánea han aparecido dos nuevos tipos de profesionales que sobresalen en el panorama; estos profesionales son los emprendedores y los coaches. De los emprendedores, entendidos en su nueva acepción, hablaremos en los próximos días, y hoy me gustaría glosar la importantísima figura del coach.
Coach significa entrenador en inglés, aunque el coach, más que un entrenador, es un preparador, un individuo que ofrece un servicio de asesoramiento a profesionales de empresas, pero este asesoramiento suele ceñirse a lo estrictamente humano, no técnico. El coach canaliza este servicio mediante charlas y conferencias, normalmente organizadas por una gran empresa y destinadas a motivar a sus empleados, y he aquí una de las novedades: por lo que parece, los empleados de las grandes empresas necesitan motivación.
El coach suele ser un veterano profesional que se ha pasado veinte años en primera línea (normalmente, en la rama del marketing) y que ahora se apoya en su experiencia para ofrecer soluciones al vacío existencial del empleado raso. Sin embargo, existen los coaches que son profesionales de alto nivel que han tenido una experiencia traumática (un infarto, un accidente) que les ha cambiado la vida por completo, y en base a eso dan sus charlas; y también hay coaches jovencísimos, cuya experiencia tiene que ser forzosamente escasa. Este tipo de coach joven suele ser además un emprendedor, pero de los emprendedores ya hablaremos.
Las conferencias del coach pueden ser muy variadas: hay coaches que optan por la arenga pura y dura, en un estilo gritón y violento, destinado a que el auditorio no se duerma; otros coaches copian los modos de los predicadores protestantes norteamericanos, preguntando obviedades al público, que responde con desgana; otros se centran en pronunciar citas más o menos manoseadas de los grandes clásicos de cualquier calendario de mesa (Confucio, Churchill, Gandhi, etc), citas que, como se sabe, pueden aplicarse en todos los contextos. Todo esto viene acompañado indefectiblemente por soportes audiovisuales, desde fragmentos motivadores de películas (durante años se han puesto en estas charlas clips de En Busca de la Felicidad, película protagonizada por Will Smith) hasta vídeos obtenidos de Youtube (otro clásico en estas conferencias es el vídeo de ese señor que completó un Ironman arrastrando consigo a su hijo parapléjico). Estos vídeos se proyectan con una música sentimental que ablanda cualquier corazón.
En general, las propuestas de un coach giran en torno a la adaptación a los cambios. La gran mayoría de los coaches se dedica a explicar que el mundo está cambiando y que hay adaptarse. El coach pone de relieve que hoy en día las cosas no son como eran antes y que no sirve de nada mantener posturas cerriles porque la única salida es la correcta identificación de estos cambios y la adaptación a los mismos, ya que lo que están haciendo los profesionales de la competencia es adaptarse, y nos van a comer la tostada.
El éxito de estas charlas depende de la capacidad del coach para mantenerse en un plano estrictamente gaseoso y no entrar en la concreción del negocio de los profesionales a los que ofrece la charla. Si un coach es capaz de hablar en términos inocuos, el auditorio se ve mecido por la musicalidad de las palabras y la charla es un triunfo; si, por el contrario, el coach se empeña en adaptar su discurso al día a día del público que le escucha, la charla será un fracaso, porque al fin y al cabo el público está formado por profesionales con experiencia que saben que la realidad de su negocio es muy perra y que no tiene nada que ver con las volutas retóricas que lanza el coach. En estos casos, la audiencia se irrita y el propósito motivador no se alcanza. La charla se convierte en una ceremonia contraproducente.
Otra faceta de los coaches es su trabajo literario. Gran parte de estos señores publica libros de esos que erróneamente se denominan como libros de autoayuda; cualquiera que analice el término autoayuda verá que alude a un concepto que, en realidad, es la ayuda. Estos libros ayudan, o tratan de hacerlo. Una persona puede necesitar ayuda, pero esa ayuda vendrá del libro y no de uno mismo. La autoayuda, de ser algo, es la solución autónoma de los problemas, y para eso no es necesario ningún libro. Si el libro fuese necesario, lo que uno necesita es un libro que le ayude, y no que le autoayude. La cosa es que esos libros se venden como churros y que sus autores tienen una reputación indudable.
Tengo curiosidad por saber cómo es en realidad uno de estos coaches y me gustaría saber además en qué momento decidieron convertirse en coach; no sabemos si es que alguien ha visto en ellos un futuro de motivación profesional y les ha animado a llevarlo a cabo, o si han tenido una iluminación unilateral y se han lanzado a ofrecer sus servicios por ahí. El caso es que parece una forma sensacional de ganarse la vida. El riesgo que hay es la superpoblación de coaches, puesto que cada vez hay más. Podemos llegar a un punto en el que tengamos más coaches que personas a las que motivar, y que eso provoque una situación nueva a la que los coaches deban adaptarse si quieren sobrevivir. Este hipotético panorama nuevo podría desembocar en la aparición de una figura nueva, que sea el coach de coaches, un motivador de motivadores. Un coach deprimido es un contradiós, pero podemos llegar a verlo, así que espero que ya haya por ahí algún coach muy vivo que esté ya preparándose para especializarse en el rescate espiritual de sus colegas.
Próximamente hablaremos de los nuevos emprendedores.