Un amigo mío me dice que suele leer este blog mientras defeca. Este hombre tan franco me asegura que cada entrada de esta web tiene una extensión muy de acuerdo con el tiempo que él dedica a hacer de cuerpo. Evidentemente, cualquier motivo para que a uno le lean es respetabilísimo, aunque reconozco que al escribir no me había planteado nunca ajustar las entradas a una operación tan poco estandarizada como aquellas relacionadas con el aparato excretor.
Por diferentes razones, pienso que una mujer no podría confesarme nunca una cosa como la que este amigo me ha expuesto con tanta crudeza. En primer lugar, porque yo vivo en una sociedad en la que todavía no hemos llegado a esos niveles de explicitud intergéneros: las mujeres y los hombres de mi edad hablamos de muchas cosas, pero no solemos debatir sobre nuestras defecaciones, afortunadamente para todos. En segundo lugar, así como la sexualidad de hombres y de mujeres es muy diferente, y su manera de enfocar las relaciones sexuales es muy distinta, el funcionamiento del aparato digestivo de ellas y ellos también difiere, y sobre todo hay muchísimas diferencias a la hora de orquestar, planificar y ejecutar el acto de la deposición. La experiencia me dice que, cuando tiene que hacer caca, una mujer va al cuarto de baño, hace allí lo que buenamente puede y se larga lo antes posible; en cambio, los hombres presentamos una tendencia inamovible a sentarnos en ese trono y permanecer allí muchísimo tiempo, casi siempre mucho más tiempo que el que sería necesario. Con esto no digo que una mujer no sea capaz de estar infinitas horas en el cuarto de baño: todo el mundo sabe que una mujer puede emplear mucho tiempo en ducharse o en realizar cualesquiera actividades higiénicas y/o cosméticas de la más diversa condición; pero evidentemente entre estas actividades no suele estar el hacer popó. Por el contrario, y hablando en términos generales, un hombre se ducha en menos de minuto y medio, se afeita en un minuto escaso y muy rara vez se lava los dientes (porque somos unos cerdos), pero en cambio un hombre es capaz de estar sentado en el retrete más de media hora, acompañado por cualquier elemento de lectura, elemento que podría ser la prensa diaria, el acta de la junta de propietarios del edificio, las etiquetas del champú o el menú del restaurante chino que reparte rollitos de primavera a domicilio (rollitos que tienden a llegar a casa blandurrios e incomestibles).
Con esta dinámica estomacal que hemos descrito, el hombre no busca tanto la consecución de su fin excretor sino más bien reservarse un momento de privacidad que el día a día del mundo moderno le ha ido arrebatando. Salvando las particularidades de cada caso, podemos decir que hay una mayoría de mujeres que no son capaces de entender esta política de aislamiento masculino, y que piensan con verdadero espanto que los veinte minutos que un hombre emplea en el retrete son minutos efectivos de deposición continuada, cosa que, si fuese cierta, provocaría una deshidratación de tales dimensiones que acabaría con la vida de cualquier hombre en cuestión de días. Por tanto, es conveniente aclarar que lo que ocurre en el retrete es que el hombre lee, reflexiona y depone de manera alterna y complementaria, en un procedimiento perfeccionado por la práctica ancestral y por el conocimiento del propio organismo. Y en el mundo de las lecturas de acompañamiento al hecho fecal se ha producido la irrupción sensacional del Ipad, los Iphones y los demás cacharros táctiles e interconectados, que tan importante efecto han tenido en todo el mundo y que, en el ámbito del retrete, han convertido la experiencia defecadora masculina en un carrusel infinito de posibilidades de entretenimiento. Podemos afirmar que el hombre tiene ahora muchos más motivos que antes para adosar sus nalgas a un inodoro durante horas y horas, pese al menoscabo rectal y al riesgo hemorroidal que esa práctica acarrea. El hombre, siempre insensato, es capaz de correr riesgos graves derivados de la falta de salubridad con tal de que se le preserve ese tiempo que uno pasa en el silencio de un retrete. En concreto, algunos hombres sólo encuentran el silencio en ese lugar, que para ellos se convierte en su particular Fortaleza de la Soledad, esa guarida glacial que Superman mantenía en el Polo Norte, y en la que reflexionaba sobre los sinsabores del oficio de superhéroe.
Todo esto que explicamos aquí podría entenderse como una incursión desafortunada de este blog en un cierto sexismo anticuadísimo, pero la verdad es que se trata de una realidad mayoritariamente cotejada, consolidada y fija. Porque el único ánimo que tenemos aquí es el de la observación, y nuestra única preocupación es la de conseguir reflejar el resultado de esa observación con palabras más o menos precisas y bien dispuestas, siempre dentro de las limitaciones expresivas que uno tiene y que son enormes. Una vez expuestos los argumentos, sólo me queda saludar a las distinguidas lectoras y pedir a los señores lectores que recojan sus pertenencias personales y que den a la bomba.
Estás en forma, Pedro
Muchas gracias, Profesor
Hablando de defecar; sabéis por qué los chinos no se broncean cuando giñan?
Porque ponen un TOLDO !!!