He sido uno de los que vieron el ya famoso programa de Évole sobre el 23 F, y tengo que reconocer que Operación Palace ha sido una gran experiencia televisiva. Ahora mismo, y haciendo gala de una total desfachatez, podría decir que desde el primer minuto me di cuenta de que aquello era una farsa, pero eso sería mentir, ya que durante un buen rato estuve ante la televisión perfectamente boquiabierto, atónito y en estado semicomatoso. «No puede ser» y «No me lo puedo creer» son las dos únicas expresiones humanas que dirigí a mi mujer, quien compartía mi asombro. Muy despacio fui percibiendo que en este programa podría haber gato encerrado (sobre todo a partir de la aparición de Garci) y posteriormente el propio Évole es el que va cargando la mano del disparate según van pasando los minutos, hasta el momento glorioso en el que se dice que Fraga se rebeló en su escaño porque tenía ganas de desayunar, y rematándolo todo con la idea perfectamente hilarante de que en las imágenes de los tanques paseando por Valencia se filmaron solamente seis tanques dando la vuelta a la manzana continuamente. Estas revelaciones cómicas ocurrieron muy al final del programa, con lo que podemos decir que Évole mantuvo durante muchísimos minutos la determinación de engañar al público, y lo hizo además usando un alarde de medios estéticos y materiales completamente inaudito y con la colaboración de figuras políticas y periodísticas de la máxima categoría (alarde que ha sido esencial a la hora de conferir verosimilitud a la patraña). No se conoce en España una antecedente de este programa, con estas características y con este nivel de ambición y de facultades audiovisuales.
Jordi Évole es un hombre listísimo que muy poco a poco ha llegado a lo más alto de la profesión televisiva. Su programa semanal es casi siempre el más visto de los domingos, y eso que se emite en una cadena cuya audiencia media todavía está en una cierta zona de marginalidad demoscópica. Los políticos temen al Follonero; los periodistas de carrera le desprecian; y hay un sector muy significativo de la audiencia que considera que este señor es un demagogo impresentable y un simplificador sistemático de la realidad. Évole se ha convertido en un sujeto peligroso y se ha empeñado en ejercer una labor desinfectante en la vida pública española.
Y ahora sale con esto: un falso documental, un timo ejemplar, una broma inspirada no tanto en el documental de la luna de Kubrick o en el programa de radio de Orson Welles sino más bien en la película La Cortina de Humo (1997), de Barry Levinson, con Robert de Niro y Dustin Hoffman.
Por lo que estamos viendo, el público que vio Operación Palace se divide en dos grandes grupos bien perfilados: en primer lugar están los que dicen que no se lo creyeron en ningún momento; algunas de estas personas están contrariadas con Évole por haber emborronado su currículum periodístico con esta engañifa. En segundo lugar tenemos a los que se creyeron casi hasta el final este documental falso; la gran mayoría de los crédulos está enfadadísima con el Follonero por tratar un asunto tan grave como éste con esta ligereza y estas ganas de engañar.
Veo que yo estoy en un tercer grupo (un grupo en el que tal vez estoy yo solo). Como he dicho, estuve medianamente engañado por Évole durante un rato largo, pero cuando descubrí que aquello era una farsa no solamente no me enfadé sino que me quedé admirado. A mí no me ofendió que el Follonero me engañara, porque el Follonero no es un periodista, sino que es un agitador sistemático de conciencias, un manipulador excepcional, un hombre que cuando entrevista a alguien lo hace siempre utilizando unos silogismos perfectamente incontestables, y enlaza unas cadenas de razonamiento irrompibles, de cemento armado. Los programas semanales del Follonero siempre son «de tesis»: Évole parte de una idea preconcebida muy elemental y la ilustra con magnífica tendenciosidad y con unos recursos televisivos formidables. En Operación Palace, Évole se pasa directamente a la chufla, y gracias al peso que ha adquirido como entertainer, consigue reunir a una colección de personajes de tronío para que participen y den verosimilitud a su broma. Évole dice que quiere denunciar la opacidad del 23 F y lo hace contando una historia absurda que, no obstante, y dadas las circunstancias rocambolescas que han rodeado a la democracia en España, pudo haber sucedido. Y al final, Évole, jugando a ser Alfred Hitchcock, nos reconoce que todo es mentira y que podemos irnos a la cama tranquilos.
Cuando el Follonero va en serio, en sus programas corrientes, maneja el lenguaje televisivo de una manera mucho más torticera que en Operación Palace. Por eso creo que Operación Palace es el menos manipulador de los programas que ha hecho el Follonero. Y nadie puede reconocer que viéndolo se aburriera. Operación Palace fue un show fabuloso.