El diario El Correo publica hoy un reportaje sobre los mitos de la calvicie, de la mano del médico especialista en dermatología médico-quirúrgica Alberto Gorrochategui. Según se cuenta en el diario, la alopecia –la pérdida de cabello más común, que supone el 95% de las calvicies- es un trastorno androgénico que se transmite de generación en generación, asociado al cromosoma X. “Antes el pelo tenía una función termo-reguladora que ha quedado obsoleta fruto de la evolución humana: de ahí surgen los problemas de alopecia actuales. Por motivos de genética, no es a la cabeza de nuestro padre a la que debemos mirar, sino a la del abuelo materno. Si éste sufre de alopecia es muy posible que nosotros la padezcamos también», apunta el doctor Gorrochategui. La primera parte de la aseveración de este médico (la perdida de pelo por motivos de utilidad evolutiva) pertenece al ámbito de las teorías darwinistas, tan contrastadas como incomprensibles. Las mutaciones de las especies se observan y se justifican, pero a veces no se entienden de ninguna manera. La inteligencia práctica intergeneracional se comprende en el cuello de las jirafas (porque sólo sobreviven las que tienen cuello alto, y esas parejas de cuello alto tendrán hijos con el cuello alto), pero su aplicación a la calvicie humana no se ve por ninguna parte.
La segunda parte de lo que dice Gorrochategui (lo de que la calvicie viene genéticamente del abuelo materno) es una generalidad que luego hay que confrontar con la realidad, que es variopinta y mutable. Yo tengo muy cerca un caso de alopecia genética, que es el mío, mi caso, y mi alopecia refuta las teorías generales del señor Gorrochategui. Mi abuelo materno murió con ochenta y dos años y con todos y cada uno de los pelos de su cabeza intactos y en perfecto estado de revista. Durante toda su vida mantuvo una densidad melenuda impresionante. En cambio, por el lado de mi padre existe una línea genealógica nítida de calvos más o menos rotundos: mi bisabuelo paterno y mi abuelo paterno eran dos formidables ejemplares de calvos totales. Mi padre es calvo, aunque no con en el grado extremo de sus antepasados, pero calvo al fin y al cabo. Y yo voy camino de la calvicie completa. Esta refutación de las teorías de Gorrochategui convive con el caso de mis hermanos, que son más jóvenes que yo pero que mantienen una respetable cabellera. Por tanto, lo único que podemos concluir de forma categórica es que las leyes genéticas no se cumplen siempre y que en algunos casos están traídas por los pelos, si se me permite un juego de palabras tan oportunista.
Lo que sí está demostrado empíricamente es que la calvicie, cuando llega, es imparable. Los casos de personas calvas que luchan contra su destino despeluchado tienen el patetismo de las batallas perdidas. Y luego ocurre una cosa muy curiosa, que es que la calvicie deja a los hombres en un estado vegetativo indefinido, un limbo en el que se disuelven los rasgos de la edad. En mi caso, por ejemplo, se da la circunstancia de que mi padre y yo nos llevamos apenas veinte años de diferencia, y él mantiene su calva desde hace dos décadas largas, y la cosa es que él, desde que es calvo, ha llegado a un punto estético en el que los años han dejado de reflejarse en su cabeza. Está aproximadamente igual que hace quince o veinte años. Paralelamente, yo empiezo ahora a estar calvo y en muy poco tiempo mi aspecto ha pasado a ser el de una persona aceleradamente envejecida, con lo que, entre el estancamiento de mi padre y mi acelerón, vamos sin prisa pero sin pausa a un punto en el que mi padre y yo pareceremos hermanos gemelos. Es un hecho curiosísimo, que podría estudiar el señor Gorrochategui o cualquier otro doctor en medicina y cirugía. Mi padre y yo estamos envueltos en una entropía espacio-temporal que es una mezcla de los casos de Dorian Gray, Benjamín Button e Isabel Preysler (quien parece más joven que algunas de sus hijas). Mi padre permanece quieto en la línea de la vida y yo voy a darle alcance a toda velocidad.
Por tanto, la calvicie es un hecho incomprensible y que tiene unos efectos estéticos que inicialmente son devastadores pero que después se convierten en benéficos. Un calvo joven y reciente es un viejo repentino, y tendrá serios problemas relacionales en este mundo tan superficial: probablemente, y en resumidas cuentas, va a costarle mucho ligar. Pero un calvo de largo recorrido es un hombre atemporal y magnífico, que está por encima de la coyuntura. Un calvo veterano ha salido del tiempo, y sus problemas estéticos ya no existen. Por ello, un calvo de muchos años es, en muchos aspectos, un hombre superior.
En efecto, Pedro, hay algo sospechoso en la teoría de Gorrochategui. Aplicando la genética básica aprendida en el colegio, el cromosoma X recibido de la madre (que es X/X) puede proceder tanto del abuelo materno (que era X/Y) como de la abuela materna (que era X/X), en cuyo caso habría que ver qué tal le lucía el pelo al bisabuelo materno materno. Pero tal vez el emisario del gen funesto no fue el bisabuelo, sino la bisabuela, y entonces habría que hurgar en la pinacoteca familiar a la caza de un retrato del tatarabuelo pintado por un pintor que no fuera un vil pelota. Que en todas las épocas ha existido el Photoshop. Gorrochategui, Gorrochategui. Esto explica las diferencias con tus hermanos, y supongo que te tranquiliza sobre tu legitimidad en el árbol (genealógico), aunque en tu caso sea de hoja caduca.
Sigo desde hace tiempo tu blog con verdadero agrado.
Muchas gracias, don Álvaro. Me alegro muchísimo de que le guste el blog. Investigaré la alopecia en la rama materna de mi madre (usted ya me entiende), aunque lo haré muy superficialmente, puesto que quien busca algo ente sus antepasados puede acabar encontrando otras cosas mucho peores que la frente despejada. Un abrazo