El pasado sábado estuve en un recital de Javier Krahe en el Teatro Campos Elíseos de Bilbao. La expresión recital está muy bien traída en este caso, dado que Krahe es un cantante que más bien no canta, sino que intercala el recitado con una muy vaga entonación melódica, expresándose en una especie de soliloquio musical que podríamos comparar con los que pronunciaba Rex Harrison haciendo de profesor Higgins en My Fair Lady, aunque un poco más desmayado. Javier Krahe es un cantautor, pero por suerte para él y para su público no pertenece a la rama de los cantautores concienciados y plomizos de su generación (Krahe nació en 1944), sino que es un satírico auténtico, con una preocupación muy moderada por la protesta y por la reivindicación. Krahe canta algunas canciones muy críticas, críticas sobre todo con el establishment político y con el clero, porque Krahe es un anticlerical recalcitrante e indómito; pero también es un hombre muy inteligente y sabe que esa protesta hay que administrarla en dosis muy breves si uno no quiere provocar el aburrimiento generalizado. La protesta puntual y breve coge al público con la guardia baja y es mucho más efectiva que la insistencia permanente.
Por tanto, es verdad que la protesta reivindicativa en Krahe genera determinadas ampollas en según qué tipo de público, pero es algo muy secundario en su obra. Lo principal de este cantante es, desde mi punto de vista, el estilo literario y el humor. Krahe es un satírico de mucha importancia, y sus mejores canciones son las que tratan sobre sus propios asuntos afectivo-conyugales. Krahe tiene un talento burlón fuera de lo normal, y para él todo es susceptible de ser utilizado con fines cómicos, incluido, claro está, el propio Krahe. Krahe no se toma casi nada en serio, salvo lo relacionado con la forma literaria de sus canciones: porque Krahe, hombre aparentemente despreocupado, que ofrece una imagen de dispersión contemplativa, tiene sin embargo una preocupación activa y clara por la métrica, el sonido literario y la morfología de los términos en sus canciones, cosas que este señor ha cuidado siempre. En este sentido, Krahe es un poeta de esfuerzo formal, de grandes facultades y de largo recorrido (literariamente, sus canciones más recientes son tan buenas como las que compuso hace treinta años).
En lo musical, digamos que Krahe es un compositor muy poco musical, y en este ámbito melódico el detalle le importa poco (al acorde Fa de la guitarra le llama «el difícil», por aquello de la cejilla) y en esto se fía de los tres músicos que le acompañan, y hace bien, puesto que son unos músicos de altísima calidad.
Por tanto, este señor Krahe es lo que es y lleva haciendo lo que hace más de tres décadas, actuando fundamentalmente en toda una red de bares y cafés. Las personas que van a verle son aficionados veteranos y entregados. Y Krahe hace un show que es, según lo que él anuncia al principio, «más o menos el mismo concierto que el año pasado, salvo que ahora tenemos unas canciones nuevas que iremos intercalando, dado que tocarlas todas a la vez sería físicamente imposible».
Krahe alterna sus canciones con introducciones habladas magníficas, en una combinación de indudable entretenimiento. Es lo que ha hecho siempre, y lo interesante es que lo sigue haciendo, pasándose hora y media recitando sin atril y de memoria sus primorosas y riquísimas letras, letras perfectamente cuadradas y rematadas que no toleran ningún descarrilamiento. Y eso lo hace pese a los achaques de la edad y a pesar de la vida más o menos disoluta que, según todos los indicios, ha llevado y lleva Javier Krahe.
En conclusión, creemos que, por su inteligencia, finura y amenidad, ir a ver a Krahe es una idea muy interesante que hay que llevar a cabo antes de que sea demasiado tarde. La gente joven no sabe quién es Krahe y los veteranos que no han vivido en los bares tampoco le conocen. Es un momento tan bueno como cualquier otro para empezar a conocer a este señor, que se dedica a algo único: la literatura humorística musical. Y si usted nunca ha escuchado a este señor, no se preocupe porque eso es algo que lleva usted ganado: qué maravilla tiene que ser el poder descubrir ahora, de golpe y en vivo, el cancionero de Krahe.