Se ha estrenado en la cadena Cuatro el programa Deja Sitio Para el Postre. Es un concurso culinario, pero esta vez de reposteros. Lo que viene a la mente del espectador cuando se encuentra con este programa es la relativa falta de imaginación de los directivos de las cadenas de televisión: como vemos que los concursos de cocineros están gustando (ahí está el éxito de Top Chef y de Master Chef senior y junior), lo que toca ahora, por lo visto, es la insistencia en la fórmula de la competición entre aspirantes a chef. Esta falta de creatividad de los directivos de la tele se manifiesta desde hace ya unos quince años: salió Gran Hermano, y fue copiado por la competencia; gustó un reality con famosos en la isla, y las demás cadenas pusieron a sus famosos en granjas, campamentos, selvas y demás lugares chocantes; prosperó un programa de testimonios tremendos, y todas las cadenas sacaron su espacio de testimonios, aún más truculento que el resto; a una cadena se le ocurrió emitir Operación Triunfo y los demás canales crearon su réplica de talent show más o menos exacta; si una serie española de ficción gustaba, todas las cadenas emitían series idénticas; en la apoteosis de la mediocridad, hemos llegado a tener dos programas simultáneos de famosos saltando a una piscina desde un trampolín, lo cual es, dicho con todo respeto, el colmo de la casualidad más cutre.
Pero la tele en España no siempre ha tenido esta homogeneidad. Cuando se legalizaron en España las televisiones privadas, el espectador medianamente despierto era capaz de identificar la cadena que estaba viendo: en aquellos inicios (los primeros años noventa), Antena 3 era una emisora más bien rancia y sosa; Canal Plus era el no va más de la modernidad cool de izquierdas, y Telecinco representaba sin ningún maquillaje la cochambre colorista y hortera de las mamachichos italianas. Hoy, en cambio, no hay forma de saber si un programa pertenece a una u otra cadena: todo es igual.
No podemos enjuiciar el programa de los pasteleros de Cuatro porque acaba de empezar y todavía no sabemos por qué caminos va a circular, aunque, por pura saturación acumulativa de estos concursos, esto de los reposteros suena a asunto agotador y no sería raro que el público pase del programa, sobre todo cuando vemos que por ahora no hay en este concurso de postres ninguna figura maligna o grotesca que actúe como profesor inquisitorial de cocina (figura que sí existe en otros programas similares). Sin embargo, una de las cosas que podemos comentar ya es el título del show: Deja Sitio Para el Postre. Debo decir que tengo una prevención muy concreta y personal hacia las alusiones a todo lo relacionado con el aparato digestivo y el tránsito intestinal. Este pequeño problema quizá sea exclusivamente mío, pero el «sitio» que hay que dejar para el postre es un espacio localizado dentro de determinadas cavidades corporales cuya alusión no me agrada. De la misma manera, hay gente a la que no le hacen gracia otras expresiones en español, de uso común y extendido, que aluden a las funciones de digestión de los alimentos. Por ejemplo: «Que aproveche» o «buen provecho», frases que se dicen en contextos amistosos y con ánimo positivo. No podemos negar la buena intención de quien expresa estos deseos hacia los demás, pero tampoco podemos olvidar que lo que se está deseando para los demás con esta inocente sentencia («que aproveche») es un buen aprovechamiento alimentario, cosa relacionada directamente con la meteorización física de las sustancias y, en definitiva, con una buena transición estomacal y una buena defecación. «Buen provecho» significa literalmente «que tenga usted una buena digestión y producción de heces fecales, mi querido amigo». La despreocupación con la que se dicen estas cosas es impresionante.
Los ingleses son maestros en el arte de la filigrana polisémica y manejan un lenguaje tangencial verdaderamente admirable. Cuando quieren expresar un buen deseo para alguien que empieza a comer alguna cosa, los ingleses se limitan a decirle «enjoy» (algo así como «que usted lo disfrute»). Los franceses, menos parabólicos, dicen «bon appétit», que es buen apetito, y que no significa, de ninguna manera, buen provecho. Estas expresiones internacionales son muy recomendables porque la comida bien puesta y rematada es una de las cosas más interesantes que tiene esta vida, y creemos que no conviene arruinar un buen almuerzo aludiendo a la generación óptima de deposiciones.
«Buen provecho» y «deja sitio para el postre» son formulaciones que, en distinto grado y pese a su teórica campechanía amable, aluden de manera directa y explícita a la fisiología: se trata de una referencia a unos procesos corporales íntimos, imprescindibles y, no obstante, altamente desagradables. Uno de los avances más importantes en el desarrollo de la civilización humana es la técnica de alusiones en el lenguaje, pero «buen provecho» es una frase hecha que rompe con esta técnica porque es una expresión regresiva, explícita, de una crudeza prácticamente pornográfica. «Buen provecho» es una expresión ajena al pudor mínimo y que a determinadas personas les pone la piel de gallina.
«Vamos a tomar un chupito de orujo para bajar la comida«, dicen algunas personas después de ponerse moradas a cochinillo segoviano, tripas o morros. La imagen de esa comida apelotonada en la tráquea del comensal y lista para descender por los conductos gástricos con la ayuda de cualquier orujo lubricante es una imagen que muy pocas personas merecen recibir en su cerebro.