Una de las cosas que todavía sorprenden en el mundo civilizado es el extremismo. La implantación de la felicidad general progresiva es un proceso consolidado que dura ya muchas décadas, y pensábamos que eso acarrearía la generación de cantidades importantísimas de tolerancia. Sin embargo, y aunque no quiera reconocerse, seguimos siendo extremistas. Algunos lo son de manera definitiva, y eso condiciona cada minuto que pasan funcionando; entre esos extremistas totales están los fanáticos religiosos, políticos, deportivos y sociales. Los hay que son radicales en alguna cosa concreta y que para el resto de asuntos son personas medianamente templadas; ante estas personas conviene evitar el tema específico que pone de los nervios al extremista (siempre que podamos saber cuál es el asunto espinoso, claro está), y, si evitamos sacar en la conversación el motivo de su histeria, podremos mantener con esta persona un diálogo más o menos civilizado. Ocurre también que hay determinados elementos que son unos ultras para todo y que llevan su intolerancia a todos los ámbitos. Cuando uno se ha dado cuenta de que está ante la presencia de un ultra total, completo, sin grietas ni resquicios, lo mejor que uno puede hacer es levantarse educadamente y marcharse con viento fresco. No hay ninguna posibilidad de hablar con un fanático rematado, y es preferible que a este tipo de cretino le aguante su señor padre.
Luego está el grupo más común de personas, que son las que anímicamente oscilan entre los extremos de manera recurrente. Esto lo vemos a diario. Esta gente no es intolerante, ni tiene manías localizadas, ni es portadora de ninguna clase de odio fijo; esta gente es la que, simplemente, tiene cambios bruscos de estados de ánimo, yendo de la euforia al llanto en cuestión de segundos y viviendo en un carrusel particular insoportable. Estos ciclotímicos conforman el grupo social mayoritario, y en el mismo día pueden estar arriba del todo, con una confianza insuperable, y también pueden estar completamente hundidos. Tenemos muchos ejemplos de los bandazos que tiene el ánimo de un ciclotímico, aunque podemos afirmar que estas oscilaciones se dan sobre todo en lo sentimental y en lo deportivo. La vida amorosa de un ciclotímico es un galimatías de mucho cuidado, y desde aquí enviamos un cariñoso saludo a quien sea pareja de uno de estos volátiles personajes.
Y vemos muchos ciclotímicos extremos en el fútbol, dentro de la enorme olla exprés que supone este deporte. Los aficionados a cualquier equipo de fútbol van de la alegría a la desesperación muchas veces al día. La prensa deportiva se encarga de que el carrusel mental de un aficionado extremista se mantenga en continuo movimiento. Las tertulias de fútbol están formadas casi exclusivamente por fanáticos ciclotímicos.
Dado que hay muchísimos extremistas anímicos, la aparición de cualquier persona mesurada y con cierto sentido del humor nos deja asombrados. La semana pasada, se hablaba en Bilbao de que el Athletic Club, pese a la gran temporada que está llevando a cabo, tenía grandes problemas últimamente para marcar goles. Los analistas más tronados vaticinaban que esa sequía goleadora iba a pasar factura al equipo. El pasado viernes, el entrenador del Athletic, Ernesto Valverde, ofreció una rueda de prensa y le preguntaron con mucha preocupación por este asunto. Y él contestó: «Somos conscientes de este grave problema. Llevamos sin marcar goles la friolera de dos partidos seguidos». Cuando dijo eso, Valverde sonrió. Dos días después, el Athletic, jugando igual que lo ha hecho durante las últimas semanas, le metía seis goles al Almería.
La aparición de este señor Valverde en mitad de un mundo lleno de gente atacada y fanática debería enseñarnos dos cosas muy importantes: la primera es que la vida es muy corta como para que la pasemos viviendo en la esquizofrenia, y la segunda es que el fútbol es un pasatiempo, y nada más que eso.