Todo el mundo sabe ya que el Ayuntamiento de Madrid ha organizado un casting de músicos callejeros con la presunta idea de mantener unos niveles mínimos de calidad en la música que se escucha por las calles de la villa. Este proceso de selección ha provocado el previsible calentamiento de toda la oposición y de los medios informativos menos afines al gobierno de Madrid; la novedad es que el Partido Popular ya tiene a otro nuevo gremio en su contra: el gremio de los músicos ambulantes. Por lo que parece, la capacidad del PP para irritar al público es ilimitada, aunque estos signos de irritación podrían transformarse eventualmente en una nueva mayoría absoluta del PP, porque cosas más raras se han visto en política. Está demostrado que no hay que confundir la indignación específica y bien amplificada de unos cuantos con el resquemor general del país, sobre todo cuando las alternativas de gobierno son tan raquíticas como las que tenemos ahora en España.
Para entender esta medida del casting musical, un observador con vocación de imparcialidad necesita en estos momentos mejores explicaciones que las que ya se han dado. Nosotros estamos de acuerdo en que la música callejera debe tener un marco normativo mínimo en cuanto a horarios y en relación con el nivel de los decibelios emitidos, pero creemos que la calidad musical es algo muy subjetivo y que va adherido a los gustos de cada cual. Yo soy un modestísimo músico amateur y sé que algunas cosas funcionan bien con cualquier tipo de público y que otras cosas (en teoría, mejores) provocan el muermo generalizado y el agotamiento del público. Incluso hay tipos concretos de música que irritan a la gente. Pero teníamos entendido que los músicos ambulantes son completamente conscientes de todas estas cosas porque precisamente su fuente de ingresos es el público directo, sin intermediarios, y un músico de calle sabe perfectamente que está siendo molesto cuando ve que nadie le deja ni un mísero céntimo en la gorrilla. Hay casos excepcionales, como un cantor callejero que había en mi pueblo: un hombre que desafinaba sin ningún recato y que lo hacía a grito pelado. Este señor entraba en los bares y gritaba: “¿Qué? ¿Canto, o no canto?”; la parroquia, que ya le conocía, contestaba con un sonoro “NOOOO”, y el cantor procedía a pasar la gorrilla sin tener que cantar. Los Hermanos Marx anticiparon este fenómeno hace 80 años, cuando en una escena Chico se presentaba ante Groucho y decía:
-Somos los músicos, y venimos a tocar.
-¿Cuánto cobran ustedes por tocar?-contestaba Groucho.
-Diez dólares.
-¿Y por no tocar?
-Quince dólares, aunque primero debemos ensayar, y eso también cuesta dinero.
-¿Y cuánto cobran ustedes por ensayar?
-Veinte dólares.
-¿Y por no ensayar?
-Eso le costaría tanto que usted no podría permitírselo.
En términos generales, el público callejero es perfectamente soberano y premia a los que suenan bien y castiga a los que suponen una tufarra acústica, así que este casting ya se hace de manera práctica todos los días en nuestras calles y, por tanto, está fuera de lugar. Y el procedimiento de elección de los músicos aptos para tocar en la calle resulta especialmente chocante en un gobierno municipal que no ha estado sometido a ningún casting previo y que gobierna por obra y gracia del dedazo político directo. Conviene recordar que la señora alcaldesa de Madrid no ha sido elegida por su electorado, ni tan siquiera se ha sometido a un tribunal mínimo de aprobación (como el que examina ahora a estos músicos), sino que esta importantísima señora fue designada por la autoridad digital de su antecesor y en virtud de lo que en España conocemos como el famoso y nunca bien ponderado artículo treinta y tres.
Por tanto, podemos decir que la corporación municipal de Madrid ha perdido una nueva ocasión para evitar hacer el ridículo, una ocasión que la propia alcaldía ha creado sin ninguna necesidad. No importa. Habrá más ocasiones, y todas se perderán indefectiblemente.
Feliz Navidad a todos.