Hablemos de Isabel Preysler. Esta señora tiene una trayectoria vital conocida por todo el mundo. Sus matrimonios sucesivos le han proporcionado felicidad, bienestar y fama. Las cualidades individuales de esta mujer deben de estar muy por encima de las de cualquier persona corriente. La imagen que transmite la Preysler es la de una ciudadana perfectamente al mando de sus circunstancias y que se desenvuelve en los escenarios más distinguidos del país con una serenidad máxima. Isabel Preysler es un modelo para las mujeres españolas más conservadoras, y especialmente para aquellas que quieran ser famosas y que a la vez quieran mantenerse en una situación personal intachable sin renunciar a su dignidad tradicional (o sea, todas aquellas mujeres que quieran ser populares y vivir bien saliendo en el Hola en vez de en Sálvame). Desde 1975 hemos visto un cambio de régimen político; la Constitución tiene ya más de treinta años; en estas décadas han pasado por la palestra tres generaciones de políticos; los españoles seguimos empeñados en hacer el ridículo; y lo único invariable en todo este tiempo es la presencia aérea y gasificada de la Preysler, que sigue hablando con esa dulzura embriagadora y sonriendo a todos sin ningún descanso.
Sin embargo, y como se decía en El Gatopardo, de Lampedusa (ya me perdonarán ustedes una cita tan manoseada), «todo tiene que cambiar para que todo permanezca igual». La semana pasada, Isabel Preysler concedió una entrevista a Televisión Española y en esta entrevista pudimos observar dos cosas: en primer lugar, que las declaraciones de esta mujer siguen teniendo un gran peso específico y un riquísimo colorido de matices, todo ello dentro de la más sugerente sutileza; y, en segundo lugar, que el aspecto físico de esta señora, visto en la tele, está siendo objeto de unas mutaciones que van mucho más allá del clásico estiramiento de cara o de la consabida eliminación de las bolsas en los ojos. En concreto, y desde un punto de vista puramente intuitivo, creemos que la Preysler habría podido supervisar unos trabajos de ebanistería maxilofacial que pueden haberse ejecutado sobre su propio rostro. Hace unos años, la señora Preysler era una mujer de aspecto oriental, con un rostro maravillosamente circular, fresco y parabólico. Y hoy podemos ver que su cara ha cambiado. «Está delgadísima», dicen los analistas menos exigentes. Hombre, sí pero no. Hasta ahora sólo veíamos a la Preysler en foto, y pensábamos que este cambio en su cara era algo relacionado con el photoshop del Hola, photoshop siempre desatado y grotesco. Pero hoy, en vídeo, en movimiento, vemos que a la Preysler efectivamente le han podido rebanar buena parte de los laterales de su cara, entendemos que con su consentimiento. Determinados observadores no descartan que la famosa ama de casa de origen filipino haya acudido a las dependencias de algún profesional de la viruta ósea y allí haya permitido que le eliminen un porcentaje específico de su rostro. Estos observadores explican que ya no se trata de una reducción de los meros carrillos, es decir, de carne, sino que, como se comprueba en las imágenes, a esta mujer le han extirpado presuntamente parte de las mandíbulas, el hueso vivo, y algunos especialistas apuntan que esa intervención de saneamiento fontaneril ha tenido que hacerse con la ayuda de una rotaflex o de cualquier otra herramienta peligrosísima de las que se usan en Bricomanía.
¿Es esto normal? ¿Es que acaso uno puede quitarse un trozo de su calavera sin que nada pase? Y, sobre todo, ¿por qué la Preysler acepta y patrocina un despropósito como éste (presunto despropósito, se entiende)? No estamos hablando de una obsesión por mantener unos niveles mínimos de falsa juventud, siempre rocambolesca pero inocente, sino que estamos ante el afán por modificar la esencia estética consustancial a uno mismo, en la línea demencial de Michael Jackson. La Preysler tenía una cara redondita, admirable, y hoy tiene una cara que es muy otra, una cara vertical y desnaturalizada, sin contornos. Antes era una belleza maorí, y hoy es una figura de la Isla de Pascua, con sus verticalidades y su roca fría. Se ha producido un corte de cara en el corte de cara de la Preysler. Quizá no ha habido cirugía sino que puede que alguien haya abierto el Arca de la Alianza en presencia de Isabel Preysler (la apertura del Arca puede haber tenido lugar en alguna fiesta sobrenatural en casa de Pitita Ridruejo), y, tras la apertura del Arca, la pobre Preysler tal vez no haya podido cerrar los ojos a tiempo y ha debido sufrir la abrasión de su rostro.
Sea por lo que sea, las conclusiones que podemos sacar de esta extirpación mandibular son las mismas que ya hemos sacado en otras ocasiones, y que se sintetizan en una idea: que la fama, el dinero y la experiencia no parecen ofrecer ninguna garantía de sensatez. Es una conclusión deprimente, porque si uno no es feliz siendo guapo, admirado y teniendo la vida resuelta, y pese a tenerlo casi todo aún necesita quitarse literalmente un porcentaje de su rostro con la ayuda de una sierra de calar, entonces ¿quién podrá ser feliz alguna vez? Quizá nadie.