El chino volador

Un ciudadano chino se ha suicidado en un centro comercial de la ciudad de Xuzhou después de pasarse cinco horas comprando allí con su esposa. El señor se llamaba Tao Hsiao y tenía solamente 38 años; a este desgraciado se le ocurrió recriminarle a su mujer que dejase de adquirir artículos a ese ritmo loco, y en concreto le reprochó que siguiera comprando zapatos, dado que, según él, su mujer ya tenía suficientes. Entonces ella empezó a gritar y a llamar a su marido «tacaño», acusándole de estropearle la Navidad, y en ese momento el señor Hsiao depositó tranquilamente en el suelo las compras que había hecho y se lanzó al vacío desde el séptimo piso del centro comercial Golden Eagle International, cayendo sobre unos adornos navideños del patio que, por lo que parece, no amortiguaron suficientemente el fatal impacto.

A la mayor parte de la población capitalista mundial le encanta ir a los centros comerciales para comprar, comer o pasear a cubierto. Algunos son verdaderos fanáticos y adictos, y van allí todos los días. También existen personas que odian de forma intensa tener que ir a esos lugares, y que en general se las arreglan para conseguir no aparecer nunca por allí; esta gente conforma una minoría heroica dentro de la población general. Y luego está un tercer grupo de personas, un grupo humano amplio, formado por aquellos que van a estos lugares porque no hay más remedio. Estas personas suelen presentar cierta debilidad de carácter y van a remolque de alguno de los adictos al centro comercial, un adicto que generalmente es el motor autoritario que dirige los movimientos allí. Con mucha modestia debo reconocer que pertenezco al grupo de los que visitan el centro comercial por inercia y a disgusto. No tengo la fuerza espiritual suficiente para negarme y tampoco tengo la capacidad emprendedora mínima para buscar alternativas comerciales a estos centros de consumo. Por tanto, voy a estos sitios, sí, y voy sin ninguna gana, y no es un asunto que me enorgullezca. Por fortuna, las personas que me rodean habitualmente son ciudadanos razonables que no tienen orgasmos al comprar en los centros comerciales y que, en consecuencia, no mantienen una política consumista desaforada que les obture el cerebro. Eso me libra de meterme en situaciones incómodas.

El suicida chino, por el contrario, parece un hombre paciente que ha sido conducido al abismo por acompañar a su mujer. Es preocupante comprobar la poca distancia que hay entre el chino planeador y cada uno de nosotros. En realidad, sólo hay dos circunstancias que marcan la diferencia: en primer lugar, que, como hemos dicho, nosotros tenemos la suerte de compartir nuestras vidas con personas equilibradas que conocen nuestras debilidades, mientras que el chino tenía una mujer adscrita al grupo de compradores de zapatos sumamente cretinos e intolerantes. La presencia de esta mujer es el catalizador activo de los sentimientos suicidas que han acabado con el chino.

Y la segunda diferencia que hay entre el chino y nosotros es que el chino se tiró de manera efectiva por el barranco del centro comercial, mientras que nosotros todavía no acabamos de tirarnos. Cualquiera de nosotros ha entrado en la desesperación máxima ante las marabuntas de los centros comerciales. Cualquiera puede experimentar sentimientos suicidas al escuchar la expresión descambiar, palabra que pone la piel de gallina y que se usa habitualmente en esos lugares. No es raro pensar que nada de lo que pueda ofrecernos la ultratumba vaya a ser peor que lo que tenemos en un centro comercial; lo que nos falta para dar el paso es lo que se conoce de manera popular como tener un par de huevos y la presencia a nuestro lado de un cónyuge/consumidor lo suficientemente ruidoso y obsesivo que nos sirva de detonante.

Porque ya decimos que esa presencia fatidica es el click que activa el mecanismo suicida. Y, en cambio, si resulta que estamos acompañando a alguien cariñoso, paciente, que compra con moderación y que conoce nuestras debilidades, la idea del suicidio pierde fuerza porque el mundo se convierte en un lugar tolerable e incluso positivo. Por eso, quienes compartimos nuestras vidas con gente sensata y cordial debemos dar las gracias y mostrar solidaridad total con quienes viven con algún imbécil.

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2 comentarios en “El chino volador

  1. Descambiar: a mí también me horroriza. Lo malo es, me temo, que es una expresión correcta. Significa «deshacer el trueque o cambio», es decir, devolver la compra para recuperar el dinero. Aún así, me seguirá produciendo repulsión. Hay otra que también se oye mucho: «género».

    1. «Género» es un término efectivamente chungo, pero no tanto como «descambiar», por muy correcto que sea. El diccionario recoge distintas aberraciones sólo por el hecho de que son usadas habitualmente. En este sentido, algún día hablaremos aquí de los palabros tecnológicos, como «randomizar» o «indexar», sobre los que estoy seguro de que usted tiene una opinión fundada y experta. Muchas gracias

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