Andrés Calamaro acaba de editar un nuevo disco que se llama «Bohemio». Este singular cantante argentino es muy conocido en todo lo que se ha denominado el mundo de habla hispana. En América se le descubrió en los años ochenta como miembro del grupo Los Abuelos de la Nada; en los noventa triunfó en España con Los Rodríguez y desde 1996 lleva una línea muy particular de creación musical en solitario.
Calamaro tiene varias características definidas que condicionan mucho al público con respecto a su figura. En primer lugar, Calamaro ha sintetizado todos los géneros latinoamericanos con la música popular anglosajona en una amalgama o pastiche que a algunos les resulta de muy trabajosa digestión. Calamaro es un heterodoxo musical y un anarquista estilístico, que ha profanado tradiciones puristas y que ha copiado groseramente a sus grandes influencias, particularmente a los tangueros por un extremo y a Bob Dylan por el otro. Esto ya constituye una aberración insoportable para buena parte de la ortodoxia.
En segundo lugar, Calamaro es un hombre que durante años ha llevado una vida personal oscurísima que él ha ido documentando en forma de canciones de un contenido autobiográfico tan desvergonzado que para algunos no es tolerable. Calamaro ha vivido por la noche, se ha dedicado a actividades destructivas y ha debido de tener unas relaciones sentimentales muy enmarañadas. Toda esta experiencia fue frenéticamente retratada en «Honestidad Brutal» (1999), disco doble en el que Calamaro vivió su cumbre de inspiración, con letras devastadoras y melodías incomparables, y «El Salmón» (2000), álbum quíntuple y excesivo en el que la verborrea musical se hace muy fatigosa incluso para los fanáticos más obtusos del músico argentino.
Esta productividad loca supone un vaciado de algunas de las reservas creativas y ha desembocado en que Calamaro haya pasado de copiar a sus ídolos a copiarse a sí mismo, y hoy en día sus nuevas canciones suenan a otras suyas antiguas, cosa que sus detractores no pasan por alto. Además, este señor tiene una manera de cantar que mucha gente considera insufrible. Su fraseo y su rango no son aptos para todos los públicos, aunque hay personas que consideran que este señor, a la hora de cantar, es un verdadero genio.
Por último, es interesante señalar que, en sus apariciones públicas (entrevistas, etc), Calamaro se muestra como un hombre que ha sido víctima irremediable del consumo de estupefacientes y de la mencionada producción de sus diarreas musicales obsesivas, y, en consecuencia, este hombre suele decir cosas raras, aludiendo directamente a referencias indiscernibles, y se desenvuelve moviéndose espasmódicamente, como un zumbado. A algunos esto les parece el no va más de la genialidad iconoclasta y a otros les provoca verdadera urticaria.
Todos estos elementos favorecen que este artista inspire unas opiniones irreconciliables entre la afición y que la gente le adore y le odie a partes iguales.
Yo pertenezco a un grupo reducido de personas que piensan que Calamaro es un músico singular que a veces se pasa, a veces no llega, otras veces se autoparodia y que en otras ocasiones compone y canta como nadie lo ha hecho nunca en lengua castellana. Su nuevo disco, «Bohemio», es una amalgama de todo eso. Pero tengo la idea absurda de que Calamaro, como fenómeno, es de las pocas cosas de la música de nuestra época que van a quedar en pie dentro de treinta o cuarenta años.
Lo que no podemos asegurar es cuánto va a poder mantenerse en pie el propio Calamaro, el hombre. Da la impresión de que su vida particular es una especie de desastre completo. Lo que sí parece seguro es el hecho de que, sea cuando sea, Calamaro verá el fin de sus días haciendo música, porque ni el detractor más cerrado y colérico de la figura de Calamaro puede negar una realidad: que Calamaro tiene una de esas determinaciones raras e indomables que son las que, al final, hacen que el mundo siga marchando. Calamaro compone y canta por encima de lo que digan de él, e incluso por encima de su propio estado de forma. Calamaro genera música dormido, despierto, vivo o medio muerto, pase lo que pase. Y en la mayor parte de los casos es mejor un Calamaro medio muerto que cualquier otro músico sano.