Ayer se produjo el fallecimiento a los 90 años de edad de don Eduardo García de Enterría, que para la inmensa mayoría del público es una figura perfectamente desconocida. Este señor era la mayor autoridad de España en asuntos de Derecho Administrativo y, como suele decirse, constituía un referente en los estudios de dicha materia. En la prensa de hoy se pondera su importantísima figura y su influencia en varias generaciones de juristas, técnicos y legisladores. Desde este blog nos unimos a las condolencias generalizadas y queremos aportar una experiencia personal relacionada más o menos tangencialmente con la figura de don Eduardo.
Cuando yo estaba en la edad de cursar estudios universitarios tuve la oportunidad de matricularme en la asignatura de Derecho Administrativo, y el manual utilizado en aquella asignatura era un libro firmado por el profesor García de Enterría. Han pasado casi veinte años desde entonces y uno ha tenido ocasión de poder relacionarse con un buen número de libros abstrusos e ilegibles, pero puedo decir que el manual de Derecho Administrativo del señor García de Enterría es el libro más oscuro con el que este servidor de ustedes se ha encontrado nunca. La espesura proverbial de la materia venía potenciada por unas dudosas elecciones léxicas, dentro del estilo sintáctico más prolijo y mareante que cabe imaginar; el libro estaba construido con frases larguísimas, llenas de subordinaciones agotadoras y de referencias ilocalizables, y cada párrafo seguía y seguía hasta dejarle a uno sin resuello. Todo esto lo dice una persona que ha leído con esfuerzo y cierto placer una novela tan impenetrable como el Ulises de Joyce; lo dice uno que ha disfrutado incomparablemente con la lectura de los siete tomos de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, el rey de la sintaxis multiforme; así que imagínense ustedes la dimensión y el peso específico del ladrillo del profesor García de Enterría. Habrá que ver si alguna vez se publica un libro que ofrezca los mismos niveles de confusión y de aburrimiento estupefaciente.
Se me dirá que en mi experiencia negativa con este manual han podido influir dos factores: en primer lugar, que a los veinte años uno lee algo y no se entera de nada, y en segundo lugar, que el Derecho Administrativo es un asunto tan complicado que constituye un terreno idóneo para la siembra de la literatura impenetrable. Ambas cosas son ciertas: uno es joven y no sabe nada, y luego madura un poco y se da cuenta de que el Derecho Administrativo en España es una de las cosas más desorganizadas, volubles y caóticas que existen, un mundo en el que es difícil entender algo y en el que la mutación normativa le lleva a uno a encogerse de hombros una y otra vez. Probablemente el profesor García de Enterría publicaba sus estudios desde el convencimiento del galimatías tan inmenso que esta rama del Derecho representa, y por ello este señor trataba de adecuarse con sus incomprensibles palabras al fondo y la forma de la materia sobre la que escribía. De hecho, como creemos que el recién fallecido profesor era una persona de gran altura intelectual, existe la posibilidad de que don Eduardo escribiese sus manuales con una deliberada vocación de humorismo y con el ánimo de poner de manifiesto el calibre del cafarnaún que preside la Administración Pública y las normas que la rigen. Un desbarajuste sólo puede explicarse de manera desbarajustada.
Lo más interesante del manual de Derecho escrito por don Eduardo es que se ha utilizado para la enseñanza reglada de aprendices de jurisconsultos durante décadas y no conozco a nadie que haya denunciado alguna vez el desconcierto total que el libro producía. La única explicación que tiene eso está en que o bien los estudiantes se aprendían el manual de memoria, como fenomenales loros, o bien que había gente que se aprovisionaba de un significativo arsenal de chuletas para afrontar los exámenes. En todo caso, se descarta la existencia de ninguna clase de espíritu más o menos crítico o de pensamiento autónomo individual en todos estos miles de alumnos, lo cual es una esperanzadora muestra de adecuación al sistema. Con estos elementos, el sistema, que no sabemos si es bueno o malo, tiene el futuro asegurado.
Mi felicitación al escritor por el homenaje a semejante figura del ámbito jurídico. Honestamente, aquel libro de Enterría fue lo que me animó a ser hoy un abogado mercantilista. Gracias por ello D. Eduardo y fuerte abrazo a los suyos.
Amigo Monchista:
Encontrarse con alguien que haya compartido la experiencia de desbrozar el manual de García de Enterría es como volver de Vietnam y reunirse con compañeros de brigada. El testimonio de usted me confirma la potencia tremenda que este libro de texto tiene como disolvente de vocaciones jurídicas.
Gracias por su comentario y un saludo