La prensa recoge hoy el caso de Malik Afridi, comerciante paquistaní. Este señor tiene un bigote colosal, que rebasa de sobra los límites laterales de su rostro y que se le expande por fuera de los contornos de la cara hasta una longitud de 76 centímetros. Estos bigotazos requieren que Afridi invierta al año alrededor de 150 dólares en ungüentos para su enhiesto mantenimiento, más las incontables horas de trabajo que eso acarrea en labores de jardinería facial. Habría que discutir si estos trabajos de acondicionamiento compensan, sobre todo desde nuestro punto de vista estético: para nosotros, unos bigotes como éste constituyen generalmente un complemento más o menos grotesco y risible. El caso es que este señor vivía tranquilamente con su bigote y resulta que en el año 2009 fue secuestrado por unos islamistas radicales que le habían amenazado si no se lo recortaba o si no pagaba un impuesto de 500 dólares por exceso capilar. Por lo que parece, los bigotes normales son un activo adecuado en el mundo islámico, pero los bigotes exagerados son considerados como un insulto a Mahoma.
La cosa es que los extremistas secuestraron a este hombre y le cortaron el bigote por la fuerza. Y hoy este hombre denuncia que ha recuperado sus bigotes inmensos y que, en consecuencia, la amenaza de la tijera vuelve a ceñirse sobre su persona. Parece ser que los árbitros del fanatismo aprobarían un bigote desmesurado como el suyo siempre y cuando el señor Afridi lo compensase con una frondosa barba adyacente. Los radicales han elevado un poco sus reclamaciones y le han dicho que, si no renuncia a su política mostachera, Afridi sufrirá la pérdida accidental no de su bigote, sino de la totalidad de su cabeza. El comerciante ha optado por la huida y ahora vive a 463 kilómetros de su casa; el gobierno paquistaní le ha concedido una ayuda de 50 dólares al mes para el mantenimiento íntegro de su bigote y como premio a su valiente política estética. No obstante, el bigotudo señor dice que teme por su vida y que igual solicita asilo en Canadá.
Todo el caso del comerciante Afridi es más propio del mundo desquiciado de los Hermanos Marx o de la troupe inglesa de los Monty Python, si no fuera porque estamos hablando de amenazas de muerte, circunstancia que le quita al asunto buena parte del componente cómico. Estas amenazas coinciden en el tiempo con otras que le han llovido recientemente al zoólogo británico Richard Dawkins, un darwinista recalcitrante y polémico que hace un mes publicó un comentario en Twitter en el que decía lo siguiente: «Todos los musulmanes del mundo juntos tienen menos Premios Nobel que el Trinity College, en Cambridge; no obstante, en la Edad Media hicieron grandes cosas». Como era de esperar, a raíz de ese tweet el señor Dawkins ha sido obsequiado automáticamente con los mejores deseos para él y para toda su familia por parte de las comunidades islámicas menos partidarias de la pluralidad opinativa.
Estos dos episodios (el del bigote y el del comentario cibernético) no tienen nada que ver entre sí pero coinciden en su conclusión, que en ambos casos es la amenaza. Por pura voluntad de conservación, nosotros no deseamos unirnos a la afortunada comunidad de personas destinatarias de todas estas coacciones, y nuestro blog tiene un número muy limitado de lectores pero una muy alta consideración por ellos; por lo tanto, vamos a limitarnos al relato que hemos hecho de los acontecimientos y a esperar que cada uno de nuestros visitantes haga las reflexiones que considere oportunas sobre el mundo en el que vivimos y sobre si este mundo es o no un lugar lo suficientemente desquiciado.