El politono altruista

Hace unos años comenzó la fiebre del tono. Con la palabra tono se conoce en realidad al timbre que suena cuando uno recibe una llamada en el teléfono móvil; había personas que no estaban satisfechas con las opciones de timbre que tenía su teléfono y algún listo inauguró el negocio de vender musiquillas diferentes, o tonos, que uno podía bajarse para que le sonaran cuando alguien llamaba. Esa oferta encontró una demanda masiva y el comercio de tonos se convirtió en una actividad económicamente muy provechosa. Con los avances en la tecnología, surgieron los politonos, que a diferencia de los tonos incorporaban la polifonía en el mundo telefónico. La gente abandonó las musiquillas ratoneras interpretadas por un instrumento limitado (que era el desagradable sonido celular) y el teléfono pasó a recoger versiones más o menos fieles de sus canciones favoritas. La gente escuchaba a Chayanne con toda su sección de vientos caribeños mientras esperaba a coger el teléfono.

La gracia de esta personalización telefónica está fuera de mi alcance, pero el hecho es que las empresas que vendían politonos se pusieron moradas. Todos los que manteníamos un timbre telefónico estandarizado éramos unos tristes y unos aburridos. Cuando alguien nos llamaba y sonaba de pronto la música corporativa de Nokia, la gente nos miraba con una mezcla de conmiseración y desprecio, y nosotros experimentábamos el subsiguiente bochorno.

La más reciente novedad en el mundo de los politonos es un politono que se escucha a través del teléfono, cuando uno llama a alguien. Últimamente uno realiza una llamada y, en vez de escuchar los timbres habituales de espera, lo que suena por el auricular es una canción, generalmente a un volumen atronador. Se da la circunstancia de que la música que suena nunca es un lied de Schubert; ni siquiera es una canción de rock clásico de Elvis Presley, los Beatles o los Beach Boys, o de grupos más cañeros como Led Zeppelin o AC DC. Lo que indefectiblemente se oye es música adscrita al estilo tropical veraniego, y en concreto al perreo más calentorro y sabrosón. A veces esta música se ve interrumpida por una voz publicitaria que nos recuerda que si queremos adoptar esta canción como nuestro tono de espera sólo tenemos que enviar un sms a determinado destinatario que nos la descargará en nuestro móvil a cambio de una cantidad de dinero. La combinación entre el reggaetón estridente y la voz que grita la oferta del politono es una de esas experiencias cuya descripción con palabras corteses es muy difícil.

Lo que se puede concluir de todo esto es que hay personas que están pagando dinero para que el interlocutor que les llama escuche una música concreta. El politono tradicional era una música más o menos insufrible pero que al menos podía ser escuchada por su propietario, que se la había bajado y que la oía cuando le llamaban. Los nuevos politonos, en cambio, son músicas de pago que el pagador nunca escucha, puesto que sólo son oídas por quien realiza la llamada. Es decir, que estamos ante un acto desinteresado de fomento de la cultura. Esta novedad es importantísima porque supone la irrupción de la magnanimidad en el mundo de la telefonía móvil: esta gente que contrata los nuevos politonos está pagando para que nosotros escuchemos su música favorita. Es posible que esta música contratada no nos guste, pero eso no debe devaluar el esfuerzo altruista ni menoscabar la consideración que este servicio merece. Por ello, hay que intentar mantener la calma y no colgar el teléfono, cosa que muy probablemente es lo que nuestro sistema nervioso nos pide. Seamos pacientes y sintamos los ritmos afrocaribeños moviendo acompasadamente nuestro cucu.

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