Mandela y Vaquerizo

Estamos en una época en la que se da una producción ininterrumpida de lo que se conoce como contenidos informativos. Internet ha borrado las estructuras, las escalas y las pautas horarias de la información general; tenemos un flujo amorfo e incesante de datos del que no es fácil extraer conclusiones. Esta realidad no admite discusión. Sin embargo, las consecuencias de este torrente cibernético son variadas, y una de ellas es la desorientación del sujeto pasivo (que somos todos nosotros). Tenemos tantos datos que podemos llegar a marearnos. Todo esto viene a cuento porque hoy he visto en la prensa que Nelson Mandela no se ha muerto aún. La gran figura de la política sudafricana sigue ingresada en un hospital, suponemos que en un estado de depauperación acusadísimo. Hace un mes, el mundo informativo se volcó con Mandela, enfermo, de muy avanzada edad, y que por lo visto estaba a un paso de la muerte. En consecuencia, el mundo cibernético se vino arriba y los homenajes  a Mandela, justificados por tantos motivos, llenaron el espacio informativo. Vimos a ciudadanos poniendo velas ante fotos del gran hombre, y vimos procesiones de sudafricanos llorando por las calles. La figura de Mandela fue glosada y ponderada desde las más altas columnas de opinión, y el recuerdo de su vida, de su estancia en la cárcel y de su resistencia heroica se propagó por todos los rincones.

Y hoy he leído la noticia del cumpleaños de Nelson Mandela, noticia en la que se nos recordaba tangencialmente que este señor está vivo. Y eso me ha sorprendido: había sido tal la catarata de informaciones sobre su figura hace un mes que en algún lugar de mi cerebro Nelson Mandela había pasado ya a mejor vida. Mi subconsciente daba por muerto al ejemplar político sudafricano. Al darme cuenta de que Mandela estaba vivo aún, me he alegrado, pero luego he pensado que la inundación informativa es la que genera un ambiente que, cuando cesa, nos deja una huella difuminada, sin perfiles, en un procedimiento de desinformación sin resolver.

El suministro a chorro de noticias sobre un mismo asunto tiene estos riesgos. A veces damos por hechas cosas que no se han producido o que no van a producirse nunca. Hace unas semanas me ocurrió algo parecido viendo en la tele al entertainer Mario Vaquerizo. Salvadas sean todas las distancias que haya que salvar con respecto a Mandela, mi cerebro ha cometido los mismos errores con Mandela que con Vaquerizo. El señor Vaquerizo, hombre de gran talento, personaje listísimo con unas cualidades relacionales completamente fuera de duda, lleva ya varios meses exponiéndose en los medios con un rendimiento sensacional. Vaquerizo aparece en buena parte de los programas televisivos de variedades, y en todos ellos pone sobre la mesa su gracia y su inteligencia social.  Y estaba yo un día viendo a Vaquerizo en la tele, y Vaquerizo hablaba de su infancia. De pronto me pregunté en qué momento concreto de su vida el señor Vaquerizo habría salido del armario, pero inmediatamente me di cuenta de que el señor Vaquerizo no es homosexual y que, en consecuencia, no habrá protagonizado nunca ningún outing. Parece ser que  la aparición recurrente de Vaquerizo en la tele con toda su pluma desaforada había provocado que yo me olvidase de que esta pluma es puramente externa, y de que este hombre, pese al amaneramiento que manifiesta, es una persona heterosexual, y en concreto está casado con la cantante Olvido Gara, Alaska. Como se puede suponer, la opción sexual de las personas es un asunto que se encuentra en el ámbito de la privacidad más reservada y que en todo caso no tiene ninguna importancia. Pero la sobreexposición de Vaquerizo hace que todo se enrede y que la superficie y el fondo sean una unidad amalgamada en la despistada cabeza del espectador.

El aluvión mediático provoca que nuestro cerebro se reblandezca y que dé por reales cosas factibles que sin embargo no existen, como la muerte de Mandela o como la homosexualidad de Vaquerizo. Aunque quizá el reblandecimiento es sólo mío.

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