La programación televisiva nocturna no es muy reconfortante. Hace unos días estuve un rato cambiando de canal mecánicamente y el conjunto invita a irse a la cama; el problema viene cuando uno encuentra alguna de las tertulias nocturnas, que son unos programas que proporcionan una indigestión completamente garantizada y que perturban de manera dramática nuestro funcionamiento orgánico general. Así como los fines de semana se ven tertulias más o menos de izquierdas (La Noche de la Sexta, el Gran Debate de Telecinco), durante las noches de los días laborables lo que prolifera es la tertulia de derechas. La tertulia de derechas presenta muchas similitudes con la de izquierdas: para empezar, en ambas hay demasiada gente opinando, con lo que cada uno de los contertulios se pelea por pronunciar alguna frase, cuando es muy probable que si hubiera menos invitados la cosa sería mucho más inteligible; en ambas tertulias (la de izquierdas y la de derechas) hay un moderador al que se le ve el plumero de manera ostensible; en ambas hay mensajes sobreimpresionados que la audiencia va enviando y que suelen subrayar y compartir el perfil ideológico de ese moderador y del programa en general. Y, en definitiva, tanto en las tertulias de izquierdas como en las tertulias de derechas la discusión real es mínima, debido a que el color espiritual de los contertulios es más bien uniforme: en el fondo, los protagonistas están bastante de acuerdo en todo.
En esto hay alguna diferencia; observo que, mientras en las tertulias de izquierdas siempre hay algún maverick de derechas que va allí a que le partan la cara, en las tertulias de derechas el perfil ideológico suele ser completamente sólido y único. A veces vemos en cadenas al estilo Intereconomía a algún opinador de izquierdas como el señor Carmona, dirigente socialista madrileño que tiene el suficiente morro como para aguantar allí de muy buen humor, pero lo general es que en una tertulia de derechas no exista ni una mota de izquierdismo. En este sentido, las tertulias de izquierdas son más plurales, por decirlo de alguna manera.
Otra diferencia está en que las tertulias de derechas se desarrollan sin público, mientras que en las de izquierdas suele haber unas decenas de asistentes en el estudio que aplauden, jalean y abuchean. Esto da color y espectáculo, pero aumenta de forma clarísima la gradación demagógica general; hay una ley inquebrantable en la televisión mediante la cual cuando un contertulio está rodeado de público se lanza como un loco a buscar el aplauso, y utiliza para ello todos los mecanismos viejísimos de la retorica más sobada. En este sentido, podemos decir que, gracias a la soledad del plató sin público, en la tertulia de derechas la tendencia al populismo está muy atenuada (otra cosa es que cada contertulio diga las burradas que se le ocurran, cosa que depende de la calentura personal de cada opinador, pero al menos no hay agentes externos de calefacción ideológica).
Por tanto, se puede afirmar que, en términos generales, los debates de izquierdas son más plurales pero más demagógicos, y que las tertulias de derechas son más monolíticas en su ideología pero menos populistas. Cada uno de los formatos tiene su estilo, pero en ambos casos cualquier espectador equilibrado tiene la posibilidad de no entender nada de lo que atropelladamente se dice, y cada espectador tiene varias oportunidades de llevarse las manos a la cabeza si por fin consigue entender algo de lo que se dice.
No obstante, hay un rasgo distintivo entre ambos debates que no debemos soslayar, y es el aspecto de la pura ideología. Cuando vemos un debate de izquierdas nos encontramos con conceptos que durante décadas hemos oído de fondo, como el rumor de un río, conceptos a los que ya estamos perfectamente acostumbrados. Son definiciones más o menos socialdemócratas, íntegramente asumidas y que no nos chocan. Esta nomenclatura ideológica es la habitual, y precisamente por ello esos conceptos nos amodorran y nos sumergen en el sueño de la más agradable normalidad. En cambio, con la llegada de las tertulias de derechas a la TDT estamos enfrentándonos a argumentos conceptuales que habían estado ausentes en la opinión pública digamos oficial durante varios lustros. O sea, que ponemos una tertulia de derechas y oímos a determinados señores defendiendo conceptos descatalogados, que parecen inconcebibles y que provocan nuestro sobresalto. Yo al menos veo a estos contertulios y temo que aparezca de inmediato la policía y precinte la cadena televisiva en cuestión. Si uno lo piensa con cuidado, acaba dándose cuenta de que lo que estos señores de derechas están defendiendo está dentro de la legalidad, aunque haya estado fuera de la circulación mediática durante años. Es decir, que lo que esta gente dice no debe de ser inconstitucional, sino que hasta ahora era simplemente inusual en la televisión.
Luego uno va a un bar y ve que lo que se dice en esas tertulias de derechas aparece de pronto en las conversaciones ciudadanas. Por lo visto, los conceptos habían estado en los cerebros de muchas personas pero no habían salido a la superficie, y merced a la TDT están viendo la luz. Todo esto lo digo a título meramente informativo, deseando que el señor lector saque sus propias conclusiones.