El alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, ha estado casi dos meses ausente de sus quehaceres por motivos de salud. La semana pasada reapareció en un congreso mundial de municipios celebrado en Bilbao, y su debilitadísimo aspecto preocupa a buena parte de la ciudadanía de la Villa. Es importante explicar que Azkuna es una de las personalidades más singulares que ha dado el panorama político español en los últimos treinta años. Como gestor municipal, Azkuna es corresponsable de la transformación de Bilbao, reconocida en el mundo entero. La ría de Bilbao fue durante las primeras tres cuartas partes del siglo XX un lugar de un vigor industrial tremendo; don Pío Baroja dejó escrito en los años cuarenta que pocos lugares de Europa daban la impresión de trabajo y fuerza como esos catorce o quince kilómetros de vía fluvial. Sin embargo, Bilbao empezó a caer y era hace tres décadas una ciudad tenebrosa, sucia, depauperada, sin salida económica posible; no obstante, hoy se ha convertido en una población reluciente, dedicada a los servicios: una ciudad moderna y en la que el Museo Guggenheim ha sido solamente el primero de sus atractivos.
Azkuna ha colaborado activamente en esta transformación, y además ha aportado su carácter íntimo, su forma de ser. Azkuna es un personaje que se ha revuelto contra las etiquetas y que ha sido simultáneamente el más españolista de los nacionalistas, el más nacionalista de los españolistas, el más ilustrado de los demagogos y el más populista de los ilustrados. Azkuna se ha salido deliberadamente de todos los patrones y ha dicho siempre lo que le ha dado la gana, lo cual le ha generado miles de votos y numerosos follones con todas aquellas personas que manejan un dogmatismo mental de cemento armado, personas que como se sabe existen en todos los partidos políticos, asociaciones de vecinos y clubes deportivos y sociales. Azkuna ha funcionado siempre como un disolvente del fundamentalismo mostrenco. Azkuna es además un hombre que ha sabido tratar a la gente, y de ello tenemos tantos ejemplos que no merece la pena ni que los enumeremos. Azkuna se encuentra de pronto con la persona más sencilla y sabe hacerse entender de manera castiza y humorística, y cuando se ha reunido con las más altas esferas también ha dado el nivel, siempre sin perder la jovialidad. Ése es el verdadero don de gentes: saber con quién está uno y hacer que todos se sientan bien. Hace dos años y medio Azkuna presentó en el Ayuntamiento de Bilbao un libro en el que tuve el honor de colaborar (Tambor, el mundo según Gonzalo Artiach). Dos semanas antes de la presentación, le enviamos un ejemplar de Tambor. El día de la presentación, Gonzalo y yo fuimos al Ayuntamiento y Azkuna tenía entre manos el ejemplar del libro, y aquel libro estaba tan manoseado y con tantas notas, pegotes y subrayados que nos dimos cuenta de que el alcalde no iba a hacer una presentación para salir del paso. Y, efectivamente, Azkuna explicó minuciosamente a los presentes todos los detalles importantes del libro y dio la impresión de que ese libro había sido importante para él, lo cual es mucho más que lo que cualquier autor puede esperar de un presentador. Fue cariñoso, magnánimo y cercano.
Y hoy Azkuna está enfermo. Tiene cáncer de próstata. Cuando supo de su enfermedad, convocó una rueda de prensa que fue uno de los acontecimientos más emocionantes que se han celebrado en los setecientos trece años de vida de esta ciudad. Aquel día, Azkuna no tenía ganas de que se levantase la densa niebla informativa que suele acarrear el cáncer (en virtud de la cual empieza a hablarse del enfermo con eufemismos y con medias verdades), y explicó su dolencia como médico que es y como paciente que descubre esa condenación intolerable. Azkuna habló abiertamente de su problema y al hablar con tanto sentido común consiguió reducir la magnitud del drama, siempre dentro de lo posible, claro está. El alcalde dio una impresión de señorío humano que no vamos a olvidar, y acogió como propias unas palabras de Gonzalo Artiach recogidas en Tambor: “puede que yo tenga la enfermedad, pero la enfermedad no me tiene a mí”.
Azkuna es, en definitiva, un hombre singularísimo que merece nuestra admiración. Como todos estamos muy ocupados y parece que no tenemos tiempo para nada, yo quería dejar todo esto escrito antes de que me líe con cualquier tontería del día a día.