Hay una polémica tremenda con un libro que está arrasando últimamente, y que se titula La enzima prodigiosa, escrito por el cirujano japonés Hiromi Shinya. Por lo visto, en este libro se proponen unas pautas de comportamiento alimenticio que conllevan beneficios muy convenientes, y esas pautas son muy similares a las que están establecidas como parte de la llamada dieta mediterránea. La novedad de este libro es que, según parece, en él se va más allá de las puras recomendaciones inocuas y se afirma que el seguimiento de estas pautas nutricionales tiene beneficios más allá del mantenimiento del tono general del cuerpo, y se afirma que una alimentación correcta podría sustituir a métodos habituales para el tratamiento del cáncer, como la quimioterapia, que es una práctica de la que este señor japonés es enemigo declarado. Según confirman varios especialistas, esta afirmación es de una temeridad alarmante, ya que no está comprobado que comer lechuga y yogur prevenga el cáncer y mucho menos que lo cure.
En consecuencia, la comunidad médica opina que las tesis de este cirujano Shinya son muy discutibles y que además pueden llevar al lector de este libro a entrar en una dinámica taumatúrgica de consecuencias peligrosas: la gente que lea este libro y que tenga la desgracia de sufrir dolencias gravísimas podría empezar a rechazar los tratamientos médicos establecidos y emprender un camino de autogestión de sus enfermedades, consistente en comer nueces y queso de Burgos. En general, está demostrado que nos agarramos a cualquier esperanza y que confiamos en cualquier método de mejora que se aleje de la convención médica reconocida. Nos lanzamos a probar dietas de adelgazamiento demenciales, siempre que vengan avaladas por algún testimonio que nos las recomiende, por muy absurda que sea la persona que nos lo recomienda; nos fiamos de cualquier consejo sanitario siempre que provenga de personal no sanitario, y somos especialmente receptivos a remedios de brujos, curanderos orientales, hechiceros africanos y personas con acento exótico en general. La tradición oral tiene también mucho peso y se siguen al pie de la letra todos los métodos de la abuela, independientemente de que estén o no científicamente contrastados. En este sentido, hay que destacar el éxito impresionante que tenía un programa de televisión como La Botica de la Abuela, de Txumari Alfaro, en el que, además de ofrecerse remedios de muy dudosa utilidad, se daba la circunstancia de que esas recetas tenían un componente escatológico y guarro de mucho relieve: en aquel programa se recetaban cataplasmas de heces, ungüentos basados en orina humana y demás tratamientos fundamentados en sustancias procedentes de la segregación fisiológica a través de nuestros más diversos orificios personales.
Todo esto puede resultar muy gracioso en términos de humor escolar, pero es evidente que nos predispone al fracaso higiénico; cuando enfermemos, y nos pase algo, seguiremos en la idea de que lo podemos arreglar con remedios caseros o con una dieta rica en Omega 3, ese famoso componente que tanto bien proporciona, sobre todo a los que lo usan como reclamo publicitario.