El manicomio universal

De vez en cuando nos cruzamos con algún loco. Los hay de varias modalidades, pero fundamentalmente los locos urbanos se dividen en dos categorías: la de los ruidosos y la de los silenciosos. Los locos ruidosos son personas con aspecto más o menos extravagante que periódicamente se ponen a dar voces y a maldecir a unos y a otros de manera muy vistosa. Se manifiestan en la vía pública o en lugares concurridos como el metro. Estos locos tienen un hilo discursivo ininteligible pero perfectamente encarrilado: si uno consigue entender algo de lo que estos señores dicen, verá que se trata de asuntos recurrentes, circulares, de una repetición obsesiva. Cabe imaginar que en muchos casos se trata de personas que han sufrido algún shock que ha menoscabado su capacidad, un shock tremendo al que en su discurso vuelven todo el rato. Este tipo de zumbados impresiona mucho porque parecen peligrosísimos y capaces de cualquier cosa. Después uno ve que son más bien pacíficos y se da cuenta de que, si fueran unos locos dañinos diagnosticados, estarían bajo llave, así que, cuando estamos ante estos personajes, hay un momento en el que uno decide confiar en las instituciones y dar por hecho que si el loco anda suelto por ahí es porque seguramente no hace nada.

Asimismo, hay algunos ciudadanos específicos que se caracterizan por saber tratar a estos locos ruidosos. Estos expertos prodigiosos se sientan tranquilamente junto al loco en el metro y le preguntan determinadas cosas con la máxima naturalidad, y ante esas preguntas el loco abandona sus alaridos y contesta con cierta educación. Esto demuestra que, si uno trata a cualquiera como a una persona respetable, recibe a cambio una dosis equivalente de respeto.

Como segundo grupo de personas tocadas del ala tenemos a los locos silenciosos. Este tipo de locos presentan un aspecto físico que está dentro de la normalidad más perfecta, y su comportamiento no tiene nada de la extravagancia de los llamados ruidosos. El loco silencioso tiene una locura latente que sólo sale a la superficie cuando uno habla con él durante un periodo mínimo de tiempo; de hecho, al principio su charla parece corriente. Después de unos minutos, el loco va dejándose por la conversación algunas muestras breves de su falta de tornillos, y finalmente la charla se ha convertido en un disparate lleno de referencias ininteligibles y de pérdida de contacto con la realidad. El loco silencioso nos conduce a su mundo y casi siempre piensa que nosotros compartimos sus opiniones y que estamos al tanto de sus sospechas. El galimatías que se arma es formidable.

A diferencia del ruidoso, este loco llamémosle discreto resulta menos molesto que aquél. No grita, y eso ya es mucho. Y no transmite inmediatamente sensación de peligro, cosa muy importante. Pero cuando nos hemos dado cuenta de que el interlocutor es un loco silencioso, vemos que en realidad es mucho más peligroso que el loco que grita, debido a que en general el loco silencioso tiende a la manía persecutoria y a la paranoia conspirativa, y, por su condición de silencioso, este señor ha segregado grandes cantidades de pánico y rencor que se han concentrado en su cráneo, cráneo que actúa como una olla exprés sin válvula. Cuando nos percatamos de esta condensación íntima, sabemos que aquello puede estallar.

La crisis tiene muchísimos efectos que en este blog vamos recogiendo, y uno de ellos es la proliferación de los locos en libertad, los locos sin diagnosticar. Tenemos dos opciones: o habituarnos al trato con estas personas, o prepararnos para la propia adopción de esa chaladura en un momento dado. Ninguna hipótesis puede descartarse.

 

Cortesías.

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