El nuevo San Mamés y las viejas costumbres

Este fin de semana se juega el último partido oficial de fútbol en el estadio de San Mamés, sede del Athletic Club de Bilbao. Este campo fue inaugurado en 1913 y ha sido objeto de varias reformas a lo largo de su historia, aunque la última se llevó a cabo con motivo de la celebración del Mundial de fútbol de 1982, con lo que el campo se encuentra hoy en día en el deteriorado estado que cabe imaginar. Este verano se procederá a su demolición, y el Athletic jugará a partir de la temporada que viene en un nuevo estadio adyacente, un estadio de prestaciones fabulosas y de aspecto magnífico.

El viejo San Mamés tiene un aura mitológica indudable, y aunque por fuera es una construcción más bien fea, la disposición de sus asientos y la proximidad del público a la hierba hacen que el campo deje en el aficionado que lo visita una impresión potentísima y consiguen también que el equipo visitante sufra determinados episodios de lo que se conoce como miedo escénico, pese a que el estadio tiene una capacidad más bien reducida y pese a que el aficionado rojiblanco tiene fama de armar poca bulla. Los litúrgicos del fútbol bilbaíno tienen dudas sobre si la nueva edificación va a poder recoger la magia que tenía la antigua, y eso es algo que sólo veremos cuando se produzca el traslado al nuevo campo. Evidentemente, el aficionado del Athletic estaba encantado con su legendaria Catedral, pero el cambio de estadio viene obligado por las indescriptibles condiciones de seguridad que presenta el viejo San Mamés, que a mi entender fue creciendo sin mucho orden y dentro de la normativa antigua, que como se sabe en temas de seguridad era más bien poco exigente. El viejo campo tiene hoy grandes problemas operativos: hay una densidad de localidades completamente agobiante; las escaleras de acceso a las localidades en las tribunas altas tiene una pendiente que convierte a San Mamés en el decimoquinto ochomil del Himalaya, y los atascos humanos que se forman al final de cada partido son peligrosísimos.  El proceso cronometrado de evacuación del actual campo es de una lentitud tan espectacular que recuerda a la disolución de la multitud en el barrio de Santa Cruz de Sevilla después de Jueves Santo.

Por tanto, el traslado al nuevo campo no tiene discusión técnica posible. El pago de las obras del estadio nuevo ha sido objeto de crítica debido a que parte del presupuesto será sufragado por las Administraciones Públicas, en virtud de la consideración que el Athletic Club merece como entidad de interés público para la provincia de Vizcaya.  La idoneidad del pago y de esta consideración es muy discutible y hace arrugar la nariz de buena parte de los ciudadanos vizcaínos, pero en general la idea más extendida entre la población es la de que el Athletic es una institución con mucho más arraigo y tradición que cualquier otra (podemos decir que es de las pocas cosas que ha funcionado ininterrumpidamente en Vizcaya desde 1898).

Ante el último partido oficial, hay determinados aficionados que se plantean llevar a sus hijos más pequeños para que estén presentes en este momento histórico, independientemente de que la corta edad de estos niños provoque que no se enteren de nada. Sin embargo, a mí me parece que el fútbol es un espectáculo muy poco edificante para los niños de corta edad. En el fútbol se ven trampas y agresiones, y además se oyen todas las enormidades que los señores aficionados estiman conveniente proferir a voz en grito. Algunas de las cosas que se escuchan en las gradas de un campo de fútbol vulneran no sólo la corrección política más hipócrita sino también la legalidad vigente en los ámbitos de la xenofobia o el racismo.  Y eso que San Mamés tiene fama de campo entendido, y que se supone que allí hay cierto respeto por el equipo contrario; si es así, no quiero ni imaginar lo que se oye en otros estadios. Cualquier padre civilizado que decida llevar a un niño de menos de cinco años al fútbol se arrepientirá de haberlo hecho desde el primer minuto y durante todo el partido, salvo que ese padre sea uno de los energúmenos que gritan e insultan, en cuyo caso sólo podemos lamentar la mala suerte del niño.

Es de esperar que esta dinámica no cambie en el nuevo estadio. La bronca y el desahogo popular en el fútbol son tan consustanciales a este deporte como el balón o las porterías. No sabemos si la magia de San Mamés o ese concepto tan indefinible como el ambiente podrán sobrevivir al traslado de estadio, pero hay muchas posibilidades de que los aficionados conserven intacto su cabreo continuo, perfectamente definible y perfilado. Por tanto, los niños pequeños dispondrán de muchos años para poder presenciar el ceremonial de la crispación, y probablemente sea mejor darles tiempo a que crezcan un poco antes de que lo vean.

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