El juicio de la llamada Operación Puerto ha quedado visto para sentencia. Todo el mundo sabe ya que se trata del proceso judicial a la presunta distribución organizada de sustancias dopantes a ciclistas y a otros deportistas profesionales, distribución cuya supuesta piedra angular está personificada en el médico Eufemiano Fuentes y en los entrenadores de ciclismo Vicente Belda y Manolo Saiz, entre otros. Por lo que se ve, el suministro de farmacopea no era un trapicheo ocasional sino que se trataba de un (siempre presunto) circuito regular de canalización del doping a escala global.
Hay que decir que uno ve estas cosas y tiene forzosamente que bajar la cabeza con pesar. Los aficionados al deporte, con nuestro fanatismo mayúsculo, hemos demandado más y más, y hemos abierto la puerta para que los ciclistas lleven a cabo con sus propios organismos una experimentación continua de consecuencias espantosas.
Por tanto, doparse tal vez sea una aberración física y es sin duda alguna una adulteración de la competición deportiva. Sin embargo, cualquier persona que tenga dos minutos para reflexionar un poco se dará cuenta de que no hay muchas posibilidades de que a estos imputados se les pueda condenar desde un punto de vista penal. Al médico Eufemiano se le acusa de un delito contra la salud pública, lo cual es una acusación que en mi opinión no tiene ningún fundamento lógico, salvo que el médico Eufemiano no se haya limitado a suministrar esteroides sino que además haya aprovechado la ocasión para verter unos cuantos litros de lejía en las canalizaciones de agua potable de cualquier población española en un arrebato de megalomanía diabólica; o tal vez resulte que Eufemiano haya vendido yogures caducados con dolo y alevosía a los famosos supermercados Mercadona de don Juan Roig (cuesta creer que a un hombre como el señor Roig le puedan colar yogures caducados, dicho sea de paso) .
Si no se han dado estos supuestos u otros similares, me temo que el doping profesional no tiene nada que ver con la salud pública. Tendrá mucho que ver con la salud privada de los señores ciclistas, que muy probablemente experimenten tremendas anomalías en sus cuerpos durante el resto de su vida, pero incluso en este caso está quedando bastante claro que nada de lo relacionado con el dopaje se hace a traición (salvo la traición a los principios generales de la deportividad olímpica). Los deportistas que se dopan suelen hacerlo con conocimiento.
En principio, una cosa es la justicia deportiva, que tiene sus códigos de conducta y sus actividades prohibidas, y otra cosa es la justicia ordinaria. No parece que el comportamiento de Eufemiano sea ejemplar en ningún caso, pero el consumo consciente y voluntario de fármacos para mejorar el rendimiento deportivo personal parece una cosa ajena al ámbito de la salud pública.
Por todo eso, existen muchas posibilidades de que Eufemiano sea declarado inocente, y si se da ese caso veremos cómo surgen voces indignadas que clamen contra la impunidad de los malhechores deportivos, y se producirá una oleada de quejas y reproches pidiendo justicia. Saldremos a la calle con las antorchas y las hoces pidiendo la cabeza de Eufemiano y nos quejaremos de lo mal que está la Administración de Justicia en España. Y es verdad que muy bien no anda si quiere condenar a Eufemiano como si fuera uno de los distribuidores del famoso aceite de colza.
O tal vez resulte que, en aras de la ejemplaridad y la doctrina, el señor juez condene a Eufemiano, en cuyo caso dejaremos las antorchas en el armario y dormiremos más tranquilos pese a que la Justicia habrá funcionado todavía peor.