Jesús Franco, un seductor

El director de cine Jesús Franco ha fallecido en Málaga a la edad de 82 años. Este hombre empezó a dirigir películas en 1959 y desde entonces hasta ayer había filmado unas 200 producciones cinematográficas, lo que constituye una increíble media de casi cuatro películas rodadas al año. Su especialidad era el cine fantástico con toques de terror y de erotismo, y las características fundamentales de su estilo eran la crudeza, la celeridad chapucera y el humor, a veces intencionado y otras veces involuntario. Franco comenzó rodando en España pero la censura del Régimen y la censura económica le hicieron emigrar al extranjero, y desde finales de los años sesenta se dedicó a viajar por el mundo rodando películas atropelladamente y consiguiendo de la forma más variopinta suficiente financiación para sus producciones (hay que reconocer que hubo épocas en las que iba tirando con poco dinero). Fue ayudante de Orson Welles en Campanadas a Medianoche, fue actor principal en otra obra maestra de su amigo Fernando Fernán Gómez (El Extraño Viaje), dirigió a primeras figuras mundiales como Christopher Lee, John Gielgud o Peter Cushing y también fue pionero del porno español y del cine más cutre grabado en vídeo. Franco rodaba continuamente y de cualquier manera.

En 1997 tuve la suerte de que Jess Franco me concediera una entrevista en un hotel de Bilbao a propósito de un homenaje que se le ofrecía en el festival de cine fantástico de la capital vizcaína, en donde aquella misma noche iba a estrenar la última película que había rodado hasta aquel momento, titulada Tender Flesh. Por entonces yo colaboraba en Mondo Sonoro, publicación mensual dedicada fundamentalmente al rocanrol, y acudí a la entrevista con mi amigo y cineasta Luis Echevarría. Ambos teníamos referencias magníficas de la figura punkie de Jesús Franco, y habíamos visto algunas de sus películas de los primeros años sesenta, unos films de terror en blanco y negro de indudable entretenimiento. Franco apareció de pronto con su pareja y musa total, la actriz Lina Romay, y los cuatro nos sentamos en el bar del hotel. Franco era un hombre diminuto, desdentado y estrábico, que por entonces tenía 67 años y que físicamente estaba hecho unos zorros; tanto Lina como él fumaban sin interrupción (no exagero si digo que empezaron y acabaron allí un cartón de Ducados); Luis y yo estuvimos tres horas hablando con ellos, pero en realidad allí sólo habló Franco. Porque Jesús Franco era un hombre fabuloso. Su conocimiento sobre todos los órdenes del arte (el arte de élite y el arte popular) era descomunal; su manera de expresarse provocaba la carcajada continua, y su catálogo de anécdotas cinematográficas era de un caudal inigualable. Para referirse a los censores franquistas usaba expresiones como «colección de hijos de puta» y decía que lo único que se podía hacer con ellos era «mandarles a tomar por saco por orden alfabético». Franco era un hombre libre que solamente era intolerante con los dogmáticos del cine: decía que el cine era una actividad industrial de entretenimiento, y cualquier ambición de seriedad dogmática o de trascendencia le ponía de los nervios. Su mujer Lina le miraba hipnotizada, y a nosotros nos maravilló.

Después de comer escribí la entrevista y fuimos luego al estreno mundial de Tender Flesh.  Cuando se apagaron las luces de la sala, estábamos aún bajo el influjo formidable de la personalidad de Jess Franco. Y ocurrió que Tender Flesh resultó ser la película más desagradable, cutre y aburrida que yo había visto hasta aquel momento; han pasado quince años y todavía no he visto nada semejante. Tender Flesh era un desbarajuste feísta e ininteligible que provocaba sopor y repelús (repelús del malo, se entiende).

La entrevista a Jess Franco estaba lista ya y yo no pensaba cambiar ni una coma, pese a que se había escrito sin sospechar los niveles de zafiedad que se alcanzaban en Tender Flesh. Lo que podía deducirse de todo aquello era que Jess Franco tenía una personalidad mucho más importante y atractiva que la que tenía su cine, y que no era de extrañar que hubiese conseguido encontrar financiación para rodar más de 200 películas; después de oírle hablar en aquel hotel, mi amigo Luis y yo le habríamos prestado todos nuestros ahorros para que rodase lo que quisiese. Y seguramente él hubiera cogido nuestros miserables ahorros y habría perpetrado una cosa tan indescriptible como Tender Flesh.

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