La seriedad española

El Gobierno de Rajoy deberá revisar las previsiones de crecimiento (más bien de decrecimiento) que hizo el año pasado y, en consecuencia, los Presupuestos Generales del Estado para el ejercicio 2013 quedan ya descuadrados y relativamente inútiles.  Por otra parte, el Gobierno Vasco está buscando apoyos para aprobar los presupuestos de este año (¡en marzo!), y parece que no encuentra a nadie que quiera votarlos. Son sólo dos muestras de la ligereza impresionante con la que se gestionan las cuentas públicas, pero hay muchos más ejemplos: recordemos que en agosto de 2009 al señor Rodríguez Zapatero se le agotaron las partidas de gasto para todo el año, y tuvo que levantar los almohadones del sofá para ver si por allí se habían quedado abandonadas unas monedas. El problema es muy antiguo y ya en la Segunda República veíamos desbarajustes significativos en este sentido, claro que en aquella época los gobiernos duraban pocas semanas (entre otros muchos problemas) y por tanto el ambiente general estaba muy lejos de ser el idóneo para conseguir el cuadre de las cuentas públicas.

Conformar una estructura presupuestaria y conseguir que alguien la apruebe en tiempo y hora es una tarea casi imposible, y lo sabemos porque no hay prácticamente políticos de ningún partido que consigan llevarla a cabo.  Desde nuestro modesto punto de vista, la elaboración de un presupuesto de tal magnitud es un procedimiento de una complejidad inimaginable y que debe presentar una infinidad de dificultades técnicas sensacionales, pero hay que decir que uno no es técnico del Estado, por fortuna para uno mismo, para el cuerpo de técnicos y para la ciudadanía en general. Se entiende que los técnicos conocen su negociado, y parece que cabría esperar un poco de seriedad en estas cosas. Pero los hechos nos hacen cada vez más descreídos: citando al poeta Alberti, “yo era un tonto y lo que vi me ha hecho dos tontos”.

Sin embargo, el proceso de elaboración de presupuestos se ha modernizado de manera evidente, y eso tiene su reflejo en la parafernalia teatral que acompaña a su presentación: antes el ministro del ramo llegaba al Congreso con unas furgonetas cargadas de cuadernos contables muy voluminosos, y se sacaba unas fotos posando junto a varias toneladas de esos cuadernos; hoy el ministro llega al Congreso con lo puesto, sin portafolios, y sólo lleva consigo una de esas pildorillas del tamaño de un chicle que guardan millones de megas de información digital. Ahora bien: se ve que el elemento humano de la elaboración de los presupuestos sigue siendo defectuoso. Eso sí: con las nuevas tecnologías, podemos hacerlo todo mal bastante antes, lo cual nos da innumerables ventajas; gracias a los avances técnicos, somos capaces de fastidiar cualquier asunto de forma rapidísima y poder así meter la pata en muchos otros proyectos importantísimos. Es decir, que nuestra incapacidad hoy en día ha entrado en una nueva dimensión, y ahora podemos hacer y deshacer varios presupuestos a lo largo del ejercicio y acabar el año con unos descuadres morrocotudos.

Todo esto inspira muchísima confianza tanto dentro como fuera de España y es un factor magnífico de estabilidad general.

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