José Blanco

Van pasando los días y el nuevo Papa sigue haciendo gala de un carisma y una cercanía verdaderamente inauditos. El sábado recibió a seis mil periodistas acreditados y les sedujo con su carácter humilde y su majeza parroquial. A los españoles esto nos asombra de manera especial porque estábamos acostumbrándonos a las conferencias de prensa de nuestros representantes públicos, unas conferencias cada vez más rígidas, distantes y sin preguntas, leídas y pronunciadas con un aire de robotización impresionante. Uno de los inventores de este género retórico glacial fue el ex ministro socialista José Blanco, antiguo secretario de Organización del PSOE, al que hoy tenemos inmerso en un proceso de imputación por presunto tráfico de influencias. Este señor ha sido durante casi una década uno de los personajes más poderosos de España, y cualquier persona particular con cierto ánimo reflexivo se ha preguntado durante este tiempo cuál era el talento oculto del señor Blanco.

Porque el señor Blanco es una persona de la que sabíamos que no terminó sus estudios de Derecho y que apareció a la sombra de José Luis Rodríguez Zapatero, en mitad de las piruetas del azar que llevaron a don José Luis a la jefatura del PSOE y posteriormente a la presidencia del Gobierno. En estas peripecias, Blanco se hizo con el mando en la sombra y se convirtió en una especie de fontanero todopoderoso, controlando el partido con rigor policial. Nosotros, que somos unos ignorantes, veíamos que el señor Blanco ejercía sus poderes con una falta de empatía comunicacional muy llamativa: su rostro hierático, desprovisto de expresión humana conocida, y su voz igualmente inexpresiva, aderezada con problemas de dicción derivados de su insalvable acento gallego, formaban una armonía perfecta con la insulsa condición de sus mensajes, carentes de ironía, inmersos en la obviedad más roma. Y al ver a Blanco, uno daba por hecho que, con estas herramientas de comunicación tan pobres, este señor debía ocultar una inteligencia superior que le había llevado a las más altas cotas del poder.

Pero resulta que a Blanco le nombraron ministro de Fomento, que es un departamento cuya sustancia pura es la concesión administrativa, y que por ello puede considerarse tradicionalmente como un foco importantísimo de supuestos compadreos. Y ahora vamos viendo que el señor Blanco pudo formar parte activa de este natural cocido, ligado y muy untuoso, de las licitaciones administrativas. Por lo que vemos, el señor Blanco fue presuntamente un agente colaborador en el mejunje concesionario, y lo fue de una manera supuestamente abierta y poco sutil.

Repito que éramos muchos los que pensábamos que don José era un hombre de cualidades ocultas y que bajo su apariencia guardaba una inteligencia maquiavélica. Hoy es el día en el que estamos llevándonos el chasco, porque vemos que en la figura de don José el continente parece muy similar al contenido. El señor Blanco está revelando una vida interior que concuerda con su inexpresividad y su falta de recursos empáticos, dicho sea con todo el respeto. Lamentamos tener que reconocer que el señor Blanco es, en este sentido, uno de los mayores exponentes de la decoloración general de la política española, que en los últimos treinta años ha perdido relieve y talento en favor de la jerarquización castrense y el prietas las filas. Volviendo al nuevo Papa, sería conveniente que los dirigentes de España se miraran en este espejo nuevo que constituye el Sumo Pontífice y que apostaran por la cercanía y la improvisación retórica (que es la única improvisación aceptable en política, ojo). Por su propio bien, esperemos que vean que para recuperar el favor del público no puede haber ningún otro camino que la reducción paulatina del número de Pepiños.

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