Ortega Cano

Ha empezado la fase definitiva del juicio a José Ortega Cano por la muerte del conductor Carlos Parra. Como se sabe, el torero se enfrenta a cuatro años de cárcel por el accidente ocurrido en la noche del 28 de mayo de 2011; el diestro murciano ha declarado durante una hora y media ante la Audiencia de lo Penal de Sevilla, y allí ha afirmado que recuerda todo lo ocurrido aquella tarde excepto lo que pasó en los minutos previos al choque, por lo que Ortega supone que sufrió un «vahído o un mareo», consecuencia de su arritmia cardíaca, dolencia que le acompaña desde hace tiempo. El torero ha dicho que en ningún momento condujo a más de 80 kilómetros por hora y ha reconocido que aquella tarde estuvo en la hospedería «La Plata» de Castilblanco de los Arroyos (Sevilla) hasta las 18.30 horas, pero que allí no bebió alcohol y que tan sólo se «mojó los labios» con la copa de cava que le había servido la camarera, y lo hizo «para no desairarla». Ortega ha afirmado que el alcohol «es un veneno» para él porque no es un «hombre de bares» sino amante «del campo, el deporte y la vida sana».

Independientemente de cómo se defina a sí mismo el conocido matador de toros, y en lo que concierne estrictamente al caso en cuestión, las declaraciones del maestro van en sentido contrario a las pruebas realizadas por los peritos. En concreto, el informe técnico dictamina que el señor Ortega iba al menos a 125 por hora por aquella carretera, y hasta tres testigos han denunciado la conducción temeraria del torero. Además, el test de alcoholemia realizado al diestro tras sufrir el accidente registró una tasa de alcohol que era más o menos el triple de lo permitido por la ley.

En consecuencia, estamos viendo que el torero de Cartagena podía haber optado por mantenerse en un respetuoso silencio y por recibir a portagayola el impacto de la sentencia judicial correspondiente, pero en cambio lo que ha hecho es negar punto por punto y de forma un tanto grotesca todas las conclusiones técnicas derivadas de las pruebas periciales y de las declaraciones de los testigos. Entiendo que este señor se acoge a su derecho constitucional para ofrecer la versión de los hechos que él considere oportuna, pero cualquiera que oiga a Ortega y revise las circunstancias del caso tendrá forzosamente que torcer el gesto y suspirar.

Además, y dicho sea con todo el respeto, la declaración del maestro constituye un monólogo de tono involuntariamente humorístico que le coloca en una línea cercana a los genios indiscutibles del absurdo. En concreto, sus declaraciones podía haberlas pronunciado el gran Carlos Faemino; recuerden ustedes la famosa escena en la que Faemino está fumándose un pitillo y Cansado, ataviado con una gorra de conserje, le dice que aquí no se puede fumar y que apague el cigarrillo; Faemino le contesta: “Pero si yo no estoy fumando. Y esto de aquí no es ningún pitillo”, y lo dice mientras da unas caladas tremendas.

O, yendo más allá, podemos establecer una comparación entre Ortega y los grandes tótems del humor punkie y salvaje, los Hermanos Marx, que en cada una de sus películas ofrecieron docenas de disparates del más elevado vuelo, como el famoso diálogo de Sopa de Ganso entre Groucho y su sparring favorita, la señora Margaret Dumond, un diálogo que pensamos que se ajusta perfectamente a las palabras de Ortega:

Margaret Dumond: Excelencia, pensaba que se había ido usted.
Groucho Marx: No, no. No me he ido, no.
Margaret Dumond: Pero si le vi marcharse con mis propios ojos.
Groucho Marx (indignado): ¿Y a quién va a creer: a mí, o a sus propios ojos?

Sin embargo, y obviando todas las distancias que hay entre Groucho y José Ortega Cano, hay dos circunstancias que hacen que el asunto del torero no tenga ninguna gracia: en primer lugar, que en este caso hay un atropello mortal, circunstancia horripilante se mire como se mire; y, en segundo lugar, que el humor involuntario (en este caso, el provocado por la declaración del torero) no sólo es bastante poco gracioso sino que incluso inspira en el espectador un sentimiento trágico de piedad, sentimiento incompatible con la risa.

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