La empresa de detectives privados Método 3, con sede en Barcelona, se ha hecho famosa debido a que su nombre ha aparecido en casi todos los líos que últimamente están saliendo a la luz, de tal manera que ya es imposible seguir el hilo de los hechos en los que parece involucrada: por lo poco que uno puede entender, Método 3 ha espiado a unos y contraespiado a los otros, y las entidades que han contratado sus servicios de espionaje han sido víctimas simultáneas del espionaje de esta misma agencia, espionaje ordenado por otras entidades. Por ponerlo de manera gráfica, uno contrata a Método 3 para espiar a alguien y Método 3 realiza el encargo mientras le espía a uno mismo por orden de otra persona (a veces, la misma a la que había que espiar en primer lugar). En este galimatías han aparecido muchos nombres cruzados: partidos políticos que se espían mutuamente por medio de esta agencia (PSC, Unió, PP, Convergencia), cargos públicos, empresarios, políticos individuales, equipos de fútbol, jugadores de fútbol, presuntos implicados en el Caso Malaya, implicados en el Caso Forum Filatélico, periodistas y cualquier otro elemento que a ustedes se les ocurra, incluyendo a personajes tan estrafalarios como el playboy y bon vivant venezolano Espartaco Santoni. Está visto que si uno no ha sido espiado por Método 3 no pinta nada en España.
Existen precedentes de espionaje institucional en España: el lector más vareado por la vida recordará perfectamente las escuchas del CESID ordenadas por el famoso e indescriptible ministro socialista Narcís Serra en los años 90, un escándalo que se resolvió condenando a un manzanillo (Perote) y aduciendo que de alguna manera se trataba de escuchas aleatorias recogidas de manera accidental en el espacio radioeléctrico (cuando resulta que la lista de espiados estaba compuesta por la flor y nata del establishment nacional, incluida la jefatura del Estado). La novedad hoy es que ahora la naturaleza del espionaje es particular y multidireccional: los que han encargado estos trabajos ya no son solamente instituciones públicas.
La actividad de la agencia Método 3 ha sido agotadora, y el problema que se presenta ahora de cara a investigar presuntas irregularidades es que muy probablemente el fiscal o juez que investigue todo esto habrá sido víctima de la agencia, y, en consecuencia, la agencia dispondrá de un dossier completísimo de su propia persona, dossier perfectamente rematado y lleno de detalles personales precisos. Por tanto, e independientemente de las dificultades que plantea lo embarullado de este asunto, el mayor problema generado por estos niveles de contravigilancia extrema es que poco a poco empieza a quedar menos gente apta para ponerle el cascabel al gato. Todos han sido vigilados y se entiende que la mayor parte de la gente esconde aspectos de su vida que no quiere airear, y el que no tiene pufos o trampas profesionales tiene líos familiares embarazosos o, en definitiva, mantiene en el armario cualquier incidente histórico de engorrosa explicación.
Todo esto nos lleva a la terrible constatación de dos hechos incontrovertibles: en primer lugar, que en España se ha estado desplegando durante los últimos años una política totalitaria de asalto a la intimidad, una política no sólo llevada a cabo por las autoridades sino también por las personas particulares, que no se fían de nadie; y, en segundo lugar, que este despliegue de actividad siniestra es de tal magnitud que parece que ya no hay manera de destaparlo en su totalidad, debido a la extensión tremenda de sus ramificaciones. Lamentablemente, existen precedentes que nos llevan a pensar que las prácticas del espionaje generalizado son la antesala de la inseguridad global, el asalto sistemático y el caos.