Parece ser que en las próximas semanas van a coincidir en la parrilla televisiva dos nuevos programas aparentemente iguales en competencia directa: Mira Quién Salta, en Telecinco, y Splash, en Antena 3. A falta de ver los detalles y las diferencias de estilo, ambos espacios son concursos en los que una serie de personajes conocidos por el público tratarán de aprender a saltar desde el trampolín de una piscina. No sabemos qué oscuros motivos han provocado que ambas cadenas rivales preparen simultáneamente el mismo programa, pero es de suponer que la cadena que consiga una alineación de famosos más estrafalaria es la que se llevará, si ustedes me permiten la expresión, el gato al agua (la audiencia, se entiende). En este sentido, Telecinco ha demostrado que tiene mejor mano para reclutar gente pintoresca y además cuenta con una armada acorazada de programas, tertulias y comentaristas para reforzar sus realities que no tiene rival. Telecinco, cuando emite un programa como éstos, sea la Selva de los Famosos, Gran Hermano o lo que sea, dispone de una parrilla televisiva completa (Ana Rosa por la mañana, Sálvame por la tarde, y miles de especiales nocturnos) para poder promocionar sin descanso el reality en cuestión. En esta cadena son maestros a la hora de la autopromoción morbosa y la extracción de toda la sangre de un asunto durante las veinticuatro horas del día; por tanto, si en este tema hay que apostar por alguna de las dos opciones (Telecinco o Antena 3), probablemente haya ya una ganadora de antemano, que es la que mejor se maneja en las fronteras del estiércol.
Dicho eso, es interesante señalar que, en principio, y sin haber visto el producto terminado, ambos programas se basan en dos premisas que suelen ser ganadoras en nuestra televisión: el cotilleo relativo a los famosos, por un lado, y el espectáculo físico de las lesiones y de los porrazos, por otro. El famoseo en España es un elemento de una fuerza televisiva fenomenal y eso es un hecho que no admite discusión; y, por otra parte, en España hay una tradición antiquísima de espectáculos populares basados en las lesiones y en las caídas. Al público español le gustan estas cosas desde mucho antes de que se inventara y generalizara la televisión. Los espectáculos con animales, por ejemplo, han sido desde hace siglos los verdaderos reyes de las fiestas patronales en España. Nada gusta más a un español ebrio que una capea con vaquillas, o un toro embolado, o el lanzamiento de una cabra desde el campanario de Manganeses de la Polvorosa; y lo que más gusta de estos espectáculos es la caída, la cogida o la rotura de cráneo, y si el que se lo rompe es nuestro vecino, mejor aún. En las vaquillas, el gusto general de un español corriente por la desgracia ajena se concreta en el placer de ver un batacazo físico dolorosísimo y se perfecciona en máximo grado si la persona lesionada es un conocido nuestro. En televisión, esta apetencia hispana por el humor físico más elemental se ha concretado en varios programas de gran éxito, siendo Humor Amarillo y especialmente Gran Prix los mayores exponentes de esta corriente (Gran Prix, conducido por Ramón García, era una representación fiel de las fiestas patronales desarrollada en un inmenso plató de televisión, y eso lo convirtió en una bomba de audiencia).
En consecuencia, podemos esperar grandes audiencias de cualquier programa que coloque a Falete en lo alto de un trampolín y le obligue a tirarse al agua con la consiguiente tripada dolorosa por parte de tan afamado y sobredimensionado cantaor. El éxito está garantizado. Otra cosa es la escasa imaginación que se intuye detrás de estas decisiones creativas de las cadenas, pero posiblemente a nadie le quedaba ya ninguna expectativa en este sentido.