Miguel Francisco Montes Neiro, uno de los presos más longevos de la historia reciente de España, entró en la cárcel el 7 de octubre de 1976 y permaneció en prisión de manera más o menos continuada durante los siguientes treinta y cinco años. En 2011 el preso inició una huelga de hambre solicitando el indulto, alegando la imponente cantidad de tiempo que llevaba en prisión y teniendo en cuenta que no había cometido delitos de sangre. En aquel momento, una iniciativa popular se aglutinó en torno a la figura del señor Montes en pos del indulto; hubo una campaña de prensa, con concentraciones y con movimiento más o menos ruidoso (vean ustedes la página web creada a tal efecto). El señor Montes fue indultado y fue puesto en libertad a principios de 2012.
En aquellos días, varios periódicos recogieron su historia desde un punto de vista marcadamente emotivo, pese a que en aquellos artículos podía adivinarse cierto gato encerrado (dicho sea sin ánimo de ofender). En el diario El País, por ejemplo, se contaba con gran trompetería la vida aventurera del preso pero también había párrafos contradictorios que sobrevivían en aquel contexto novelesco, y cito textualmente:
El portavoz de Instituciones Penitenciarias da una lectura menos romántica: «Cada vez que Montes Neiro ha tenido un permiso, se ha escapado, y cada vez que ha estado en la calle, ha delinquido». Con los años, Miguel ha llegado a arrepentirse de los delitos que reconoce haber cometido, pero nunca de sus cinco fugas: «Nunca he visto cerca el final de mi condena, volvería a escaparme si pudiera»
Pese a todo esto, ya decimos que el señor Montes fue indultado. Y hoy la noticia es que el señor Montes ha sido detenido por el robo de unos cuatro millones de euros en joyas que se produjo el pasado mes de noviembre en El Corte Inglés de Puerto Banús, Marbella. La familia de Montes dice que este señor es inocente y que su detención es arbitraria y basada en fundamentos endebles; estos allegados al presunto ladrón afirman que Montes es una víctima del sistema.
Independientemente de la responsabilidad que tenga en el caso del robo marbellí, parece que el señor Montes no encajaba bien en el papel que desde 2011 quería otorgarle la gente, que es el de sufrido presidiario, de comportamiento ejemplar, condenado injustamente y que se arrepiente de sus actos. Está documentado que Montes estuvo en la carcel treinta y cinco años no por una larga e injusta condena, sino por sucesivas condenas dispares, y que trató de fugarse al menos cinco veces, haciéndolo de manera deliberada y ufana. Por tanto, la concesión del indulto a este señor se debió no tanto a las circunstancias objetivas del asunto sino más bien a la necesidad que tiene la gente de dar a cualquier relato un sentido positivo y orientado. Las personas necesitamos saber que hay una estructura eficiente en la historia de nuestras vidas, y que las cosas ocurren siempre por algún motivo y con algún fin que encaja. En el caso de este preso, se ha querido reparar una situación humana complicada, y la reparación se llevó a cabo por encima de las circunstancias.
Se habla mucho ahora de la manera irregular en la que se conceden indultos a grandes próceres nacionales, pero al parecer los indultos pequeños, humanitarios y a ras de tierra también pueden concederse con la misma ligereza. En ambos casos, la clave está en la naturaleza humana, que tiende a crear las condiciones propicias para conseguir la tranquilidad de la propia conciencia. El indulto se pide y se concede solamente por motivos personales de quien lo pide y concede: en el caso del indulto a los poderosos, no concederlo supone inquietud para el que toma la decisión, inquietud económica, laboral, y miedo a la represalia; en el caso de Montes, el indulto a un preso eterno que está en huelga de hambre da sentido a una situación humana que en nuestro fuero interno no podemos tolerar.