El paseo

Un equipo de investigadores de la Universidad de Maastricht, dirigidos por el profesor Hans Saverlberg, ha publicado un estudio que reivindica el ejercicio moderado durante varias horas frente a las ‘machacadas’ de una hora de gimnasio o ejercicio intenso, ya que, según el estudio, “con el ejercicio suave se consigue un mayor beneficio en la prevención de enfermedades como la diabetes o la obesidad”. Estas conclusiones se derivan de pruebas sometidas a tres grupos homogéneos de personas que, con la misma alimentación, desarrollaron actividades distintas (un grupo realizó un ejercicio de gran intensidad, breve y agotador; otro grupo estuvo caminando suavemente durante varias horas y el tercer grupo no hizo absolutamente nada). Los análisis realizados antes y después del experimento a todas estas personas revelaron que el grupo de los paseantes era el que mayores niveles de quema de glucosa había experimentado (a través del aumento de la cantidad de insulina) y ese mismo grupo era el que había conseguido una mayor disminución del colesterol malo.

Todo esto confirma lo que ya sospechaba cualquier persona corriente: que pasear es un ejercicio inmejorable y que, por el contrario, el deporte de alta intensidad es una aberración completa. Habíamos comprobado a lo largo de los años que aquellos que se han dedicado a llevar su cuerpo al límite arrastran tarde o temprano unas secuelas crónicas a nivel físico. Vemos a deportistas intensivos que ya no pueden caminar o que tienen las vértebras fuera de su perímetro, pero nos decían que la actividad física extrema mantenía bajo control los niveles fisiológicos y favorecía el buen funcionamiento molecular del organismo; ahora, resulta que nos dicen que esa actividad loca tiene unas bondades internas muy limitadas y que lo mejor para mantener el cuerpo en buen tono es el paseo puro y duro. Sabíamos que el paseo es una actividad agradabilísima, reconstituyente, compatible con el pensamiento, con la contemplación serena del mundo que nos rodea y con la conversación amistosa, y que es, en definitiva, una ocupación admirable; ahora también sabemos que es lo más sano desde un punto de vista estrictamente físico.

Porque otra cosa que sabíamos perfectamente es que, por lo general, el activista del deporte extremo es una persona que desde un punto de vista mental puede presentar un número relevante de desórdenes psíquicos, derivados de la autoexigencia enfermiza y de la competitividad llevada a extremos demenciales, y sabíamos también que un paseante mediano tiende generalmente al equilibrio espiritual, aunque en este punto no me gustaría generalizar (conozco paseantes que están completamente zumbados). Pero sí podemos decir que, independientemente de las tendencias psicóticas de cada cual, la observación de la realidad nos lleva a pensar que ambas actividades (el deporte extremo y el paseo) generan escenarios mentales completamente opuestos. En este punto, creemos que el medio ambiente en el que uno se desenvuelve tiene mucha importancia a la hora de que se nos vaya o no la olla.

En todo caso, la pontificación nunca es una buena idea, así que animo a los maratonianos y triatletas a que sigan con su quehacer autodestructivo hasta la desintegración final; paralelamente, también tengo el gusto de comunicar a la gente que pasea con regularidad que sus hábitos magníficos tienen la recompensa añadida del mantenimiento a raya de los indicadores corporales. Enhorabuena.

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