Durante la gala inaugural del carnaval de Tenerife, una aspirante a reina de la fiesta que se llama Saida María Prieto Hernández ha sufrido quemaduras de primer y segundo grado en el 40% de su cuerpo cuando su vestido gigantesco ardía al contacto de la instalación pirotécnica que otra de las candidatas llevaba activada en su traje. El sufrido lector habitual de este blog (que alguno hay) sabrá a estas alturas la limitada afición que tenemos aquí por los fuegos artificiales en general; hemos dedicado alguna entrada a analizar las ventajas e inconvenientes del asunto pirotécnico. Supongo que en términos generales la pirotecnia es opinable como casi todas las cosas de la vida; lo que parece menos discutible es la inconveniencia de llevar cohetes instalados en el trasero. A primera vista, parece una práctica poco recomendable.
Sin embargo, todo el mundo conoce la especial configuración estética del carnaval canario. En Tenerife se produce desde hace años una carrera a muerte por diseñar y construir los trajes de fiesta más descabellados, inflados y churriguerescos que imaginarse puedan. Las candidatas a reinas del carnaval aparecen en el escenario rodeadas de una tramoya descomunal, verdaderamente inconcebible. Los trajes de estas exhibiciones miden de media cinco metros de alto y pesan unos 80 kilos. La escalada competitiva de los diseñadores de estas vestimentas (por llamarlas de alguna manera) ha propiciado que cada año los modelos sean más desmesurados; aumentan los volúmenes, se multiplican los adornos, se agudiza la decoración rococó y triunfan en definitiva las luces, la sofisticación tecnológica y la aparatosidad grotesca. Cualquier espectador extranjero o poco relacionado con este tema verá por primera vez a estas chicas remolcando con esfuerzo sus trajes por el escenario y forzosamente ese espectador tendrá que sumirse en la estupefacción. Y eso que no quiero entrar en el aspecto puramente estético de esta fiesta carnavalesca: ese aspecto de la plasticidad queda bajo los parámetros estrictos del gusto personal. Si uno es aficionado a los colores estridentes, a la música tropical y a las producciones televisivas de José Luis Moreno es muy probable que disfrute mucho con el exceso tinerfeño.
Ahora bien: esta escalada de barroquismo culmina ahora con la instalación pirotécnica completa y aneja al cuerpo de una de las sufridas candidatas. Puede parecer evidente que colocar una traca valenciana portátil en un traje inmanejable y ubicarlo todo en mitad de un escenario lleno de bailarines es una idea que está muy lejos de los niveles mínimos de prudencia que requiere cualquier espectáculo popular. Sin embargo, los organizadores del carnaval tinerfeño han debido pensar que lo del traje con cohetes es un concepto estético magnífico.
El resultado de toda esta revolera demencial ha sido el que ya hemos relatado: el incendio de uno de los trajes absurdos y la abrasión gravísima de una de las jóvenes candidatas. Es difícil imaginar un proceso tan ridículo con un desenlace tan trágico. Una vez producido el hecho terrible, tenemos la esperanza de que los responsables recapaciten y tomen medidas. Para empezar, una sugerencia sería dedicar el dinero público a subvencionar cualquier otra cosa menos estridente e incendiaria, sobre todo pensando en factores como la situación económica presente: la tasa de paro en Canarias, a cierre de 2012, es del 32,96 % de la población activa (según datos de la última Encuesta de Población Activa).
No obstante, estoy seguro de que ahora saldrá algún pensador brillante esgrimiendo los balances presupuestarios y nos dirá que el carnaval es un acontecimiento de interés público y que genera una riqueza incomparable para la economía del archipiélago. Pues nada, a prender fuego a las candidatas y que siga subiendo, poco a poco, el desempleo insular.