La dignificación de la estafa

El Círculo de Bellas Artes de Madrid organiza una exposición sobre Elmyr de Hory (1906-1976), uno de los más famosos falsificadores de arte contemporáneo del Siglo XX. Se trata de una figura singular: a lo largo de su vida pintó cerca de mil cuadros, entre los que había falsificaciones impecables de pinturas de Modigliani, Monet, Léger, Signac, Vlaminck, Van Dongen, Derain, Dufy, Matisse, Picasso, Renoir y Degas, entre otros, consiguiendo que se expusieran en museos y galerías de todo el mundo, y también produjo obras originales bajo diferentes seudónimos: Dory-Boutin, Elmyr von Houry, Herzog, L. E. Raynal o Louis Nassau.

Se da la circunstancia de que este falsificador tuvo una vida rocambolesca: su doble condición de judío y homosexual le llevó a los campos de concentración nazis; después viajó a Estados Unidos y empezó a pintar réplicas de cuadros ilustres para poder comer; más tarde vio cómo los marchantes y las galerías vendían sus falsificaciones a precio de oro sin darle a él ni un solo dólar mientras él circulaba de mala manera por los países más variopintos perseguido por la justicia; en 1962 recaló definitivamente en Ibiza, en donde dos marchantes estafadores (Fernand Legros y Real Lessard) le proporcionaron una vivienda y un salario modesto a cambio de la producción automatizada de falsificaciones. En esta última etapa, Hory vivió en una cierta estabilidad crematística y alcanzó una moderada celebridad popular (culminada en el estreno en 1974 del documental “F for Fake”, basado en su figura y dirigido por Orson Welles, nada menos). Sin embargo, en esta época se agravaron sus procedimientos penales internacionales, que finalmente le llevaron a una situación que, de alguna manera y siempre presuntamente, fue propicia para que se suicidara en 1976.

Sus contemporáneos ibicencos le recuerdan como un hombre hedonista, bon vivant a su modesta manera, y víctima de su propia actividad falsificadora. Porque la naturaleza ilegal de todo lo que producía provocó que no pudiera reclamar los ingresos que él consideraba que le correspondían, tal vez no en virtud de ninguna legalidad vigente, pero sí en el ámbito de la justicia moral y de las leyes universales de la oferta y la demanda. Jamás pudo reclamar legalmente ningún fruto de su trabajo subterráneo, y además tuvo que lidiar en un mundo comercial truculento, lleno de marchantes que eran verdaderos bucaneros (evidentemente, este camino oscuro fue el camino que Hory siguió voluntariamente y sin plantarse nunca).

Lo curioso es que hoy en día Hory es un artista que ha conseguido un cierto reconocimiento a su escasa obra propia y también a su obra mayor, la obra digamos ajena, fraudulenta e imitativa, y que en España está siendo objeto hoy de una retrospectiva en uno de los centros de la cultura. Está visto que en este país hemos elevado el fraude a una categoría estética consolidada y muy respetable.

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