El pasado domingo el Atlético de Madrid jugó un partido de liga en Bilbao, y en un momento dado de este partido una parte muy importante del público de San Mamés insultó al entrenador del equipo visitante, Diego Pablo Cholo Simeone, metiéndose en concreto con su señora madre. El hecho de escuchar insultos de este estilo es reprobable pero habitual en el ámbito del fútbol, un ámbito lleno de energúmenos de una sola pieza, aunque pocas veces se escucha algo así en San Mamés con esa unanimidad y dirigido además a la figura de un entrenador visitante. La explicación a este maltrato está en que, como todo el mundo sabe, antes de ser un entrenador de éxito el señor Simeone fue un conocidísimo jugador que se caracterizó por la intensidad en su juego, por una indiscutible zorrería en el campo y por ciertos detalles de persona sin excesivos escrúpulos. Uno de esos detalles fue un famosísimo lance en un partido de San Mamés en el que Simeone fue a disputar un balón con Julen Guerrero y, tal y como revelaron las imágenes repetidas, propinó al jugador vizcaíno un pisotón descomunal con intención de herir y de lesionar, dejando el muslo de Guerrero con unos boquetes perfectamente definidos y ensangrentados. Aquella imagen dio la vuelta al mundo. Simeone declaró al final del partido que había sido un momento desafortunado y fortuito y que, en todo caso, lo que ocurría dentro del campo debía quedarse dentro del campo.
Simeone hoy es entrenador y ha construido un equipo imbatible y que va segundo en la clasificación de la liga española. Lo ha hecho a base de once jugadores que son réplicas de Simeone, once pequeños cholos que se repliegan, defienden a muerte, desestabilizan y se frotan con el contrario. En concreto, ayer pudimos ver incluso a uno de los jugadores del Atlético de Madrid intentando partir en trocitos la pierna de uno de los jugadores del Athletic de Bilbao, Borja Ekiza, de una sola patada. El jugador colchonero que dio la patada horripilante es un señor uruguayo que se hace llamar Cristian El Cebolla Rodríguez. Este señor Cebolla representa la quintaesencia del simeonismo puro, porque incluso se parece físicamente a su entrenador. El indicador de cómo el Cholo ha contagiado su carácter a este equipo es que cuando el bueno de El Cebolla destrozó la pierna de Ekiza todos sus compañeros le protegieron y le apoyaron, encarándose como un solo hombre con los jugadores del Athletic de Bilbao, en vez de recriminar a El Cebolla su cebollez mental y su cafre proceder. Todo ello contribuye al calentamiento de unas masas tan mostrencas como las del público futbolístico, que acaba metiéndose con la señora madre del entrenador.
Lo más interesante de Simeone y de sus alumnos es el mantenimiento perpetuo de la idea de que todo lo que pase en el campo debe quedarse en el campo. Lo decía el Cholo cuando jugaba y lo dicen los pequeños simeones ahora, y en virtud de este principio estas personas mantienen ante la prensa una actitud de exquisita educación. Esa separación entre ámbito deportivo y vida civil es muy recomendable, porque perpetuar en la calle el régimen bandolero de Simeone puede conducirnos a un ambiente muy complicado. “Pese a su comportamiento cuando juega, resulta que fuera del campo es un caballero”, decían de Simeone los periodistas hace años. Evidentemente. Si se comportase en la calle como lo hacía en el campo es muy probable que el señor Simeone estuviera ya a buen recaudo.