El ministro japonés de Finanzas, señor Taro Aso, declaró el pasado lunes que las personas mayores de su país deben «darse prisa y morir» para aliviar así los gastos del Estado en su atención médica, según informa el diario El País. Se da la circunstancia de que Japón es uno de los países con una media de edad más alta, y en aquel lugar hay más de un 25 % de la población total que es mayor de 60 años, con lo que podemos hacernos una idea del tremendo eco que sus palabras han tenido sobre gran parte de esa envejecida ciudadanía.
Con estas declaraciones tan descorteses, sin embargo, el señor ministro está exponiendo una preocupación lógica por la viabilidad del sistema y por la buena marcha de su ministerio, asunto que para él tiene la máxima importancia, como es natural. No obstante, y por encima del carácter grosero de sus palabras, creemos que el ministro está ante un problema de muy complicada solución, y pensamos que una aceleración del proceso vegetativo natural sólo supondría la desaparición del problema, y no un arreglo. La muerte acelerada de los viejos es una amputación que no soluciona el problema, sino que lo elimina, y ojo, que esa amputación no estaría mal si no fuera porque se entiende que estos viejos japoneses preferirían seguir vivos a dejar de estarlo, dicho sea desde la suposición pura y dura. Además, en el caso de Japón, como en el de España, el problema parece que va a agravarse con el tiempo, porque cada vez hay menos gente trabajando y más gente jubilada. Por tanto, y salvo que este señor Taro Aso quiera formar parte del club de grandes exterminadores sistemáticos de la historia universal, el ministro debería empezar a buscar una solución que no sea la desintegración inducida de los abueletes o su cremación industrial por orden alfabético.
Y además de esa difícil solución, pensamos que el señor ministro se ha metido en un lío publicitario impresionante y gratuito, porque precisamente la proliferación de viejos es lo que le da dimensión a sus palabras. Hay muchos viejos y eso es un problema, y, al ponerlo de manifiesto, este ministro consigue enfadar a esos viejos, que, como hemos dicho, son muchísimos, y son viejos que votan en las elecciones. Por tanto, es de suponer que el horizonte electoral de este político se habrá ennegrecido de manera indudable.
Y por último está la desfachatez y el morro pimpante de este señor Taro Aso, que pide a los viejos que se mueran cuando resulta que el propio ministro que realiza esta petición tiene 72 años de edad. El ministro es un viejo más, un viejo eliminable y extinguible. Las solicitudes de aceleración del fallecimiento se realizan siempre sobre el otro, sobre alguien ajeno, porque uno siempre se considera imprescindible, insustituible y esencial para la buena marcha de muchas cosas. Esta sensación de importancia propia, que es una sensación habitual en muchas personas, se adereza en este caso con una falta de educación que pone los pelos de punta. Todo esto me recuerda a un caso vi hace años: en una ocasión, una gran empresa prejubiló a su director de Personal porque oficialmente se quería «rejuvenecer la plantilla»; el director jubilado tenía 59 años, y resulta que su sustituto en el puesto tenía 64.