En estos momentos no hay nadie que no esté al tanto del último asunto relativo al antiguo tesorero del Partido Popular, señor Bárcenas. Se ha sabido que este hombre ha tenido durante una temporada 22 millones de euros en una cuenta de un banco suizo (presuntamente, desde luego). Esta cantidad de millones resulta muy abultada para un importante número de ciudadanos y es una puerta abierta a la sospecha y al mosqueo general. Además de esta supuesta acumulación de millones durante casi veinte años, el caso presenta otros matices de relieve no menos importante, como el hecho de que una gran parte de los dirigentes del PP presuntamente ha estado cobrando sobresueldos en sobres con billetes de quinientos euros, billetes procedentes de algún negocio de muy dudosa naturaleza, y al parecer el señor Bárcenas tiene guardado el registro minucioso de todas estas transacciones. Es decir, que no solamente hay un lucro secreto por parte de un (presunto) canalla particular, que también, sino que además esto tiene el aspecto de ser una mordida institucionalizada, continua, masiva y con ramificaciones inabarcables (presuntamente, ojo).
Esta revelación del asunto Bárcenas es muy importante porque provoca un terremoto con aludes en dos vertientes: una, la alarma generada por la corrupción general del partido que gobierna, y, en segundo lugar, y como consecuencia de la primera vertiente, se nos presenta el avistamiento del fin del sistema. Por lo que vamos sabiendo, el partido que más poder acumula ahora en España ha albergado durante años un tráfico fluido de dinero en metálico, y eso supone una sorpresa para todos, porque incluso los antipeperos más recalcitrantes tenían la secreta impresión de que al PP iban pillándole con pufos localizados pero que nunca jamás iban a conocerse cosas como las que estamos viendo. Este asunto supera los sueños más gozosos de los redactores del diario Público.
Y esta sorpresa enlaza con la segunda cuestión, que es el fin del sistema. El PP ha sido hasta ahora el partido que según todos los indicios (y por puro descarte) iba a tener que conducir el proceso sucesivo de a) deterioro, b) rescate, c) peregrinación tenebrosa y d) recuperación lentísima de la economía española; además, el PP parecía ser el único partido generalista capaz de iniciar una cierta reducción de la desmesurada estructura estatal a partir del propio harakiri. Todo esto acaba de quedar desmantelado, y además se tienen indicios suficientes para pensar que en el resto de partidos la gente se ha dedicado a la misma labor sobrecogedora (cogiendo sobres, se entiende), y eso se ve en la moderadísima reacción de la oposición ante estas revelaciones periodísticas del asunto Bárcenas. EL resto de partidos está guardando un silencio que a veces es más elocuente que las palabras.
¿Qué hacemos ahora? Habrá que mirarse en el espejo de países como Italia o Grecia, en los que el sistema tenía y tiene esas filtraciones de aguas fecales; habrá que determinar si debemos olvidarnos de los políticos y entregarnos a los técnicos puros; habrá que ver si, en concreto, debemos copiar el modelo belga de 2010-2012, en el que se dio la circunstancia de que el país estuvo más de 500 días sin gobierno de ninguna clase (reeditando presupuestos y cuidando los gastos) y resulta que, en aquel periodo sin políticos, el PIB, el déficit y el paro mejoraron de manera notable.
Algo habrá que hacer y con una relativa urgencia, porque evidentemente el ciudadano está molesto y además empieza a no tener nada que perder. Esa combinación de enfado y falta de arraigo nos conduce de forma fatal a la ley de la selva.