Mujeres en los huesos

El tiempo pasa y las modas se suceden en una cadena sin la menor coherencia. Lo que ayer era grotesco se ha convertido hoy sin saber por qué en el no va más de lo trendy. Pero en este vaivén hay una cosa que parece haber adquirido ya una vigencia perpetua, y es la delgadez de las modelos femeninas. En los desfiles de moda podemos ver ropa más o menos demencial, según los casos, pero lo que está garantizado siempre es la delgadez terminal de estas modelos. Es milagroso que puedan desplazarse por la pasarela sin desmontarse.

 Al parecer, hace unos años hubo determinados creativos con mando en plaza que decidieron optar por la desnutrición en la moda femenina. Se pensó que el hueso era atractivo. Se diseñaron prendas absurdas con el único fin de que las llevasen mujeres escuálidas, y por desgracia esa corriente de la inanición cuajó y ha saltado a la vida real. Hoy vemos escuálidas por la calle, en el trabajo, en cualquier sitio. Es una búsqueda sistemática de la delgadez como solución a la mayor parte de las dificultades de la vida.

Como se puede intuir, todo esto hay que contemplarlo con el cuidado con el que deben tratarse los aspectos puramente estéticos, que en mi opinión deberían ser más o menos secundarios. Pero desde la perspectiva de los gustos personales, siempre indescifrables, podemos afirmar que si uno lleva a cabo un sencillo ejercicio de consulta más o menos colectiva, nos daremos cuenta de que las personas que decidieron fundar y expandir la corriente de las modelos delgadísimas son personas que están muy alejadas de las apetencias de los hombres heterosexuales, dicho sea siempre con el debido respeto. En general, y con todas las salvedades que haya que hacer, a los hombres nos gustan más bien poco estos regimientos de mujeres en los puros huesos. El aspecto lleno y rubicundo de una persona es foco indudable de atractivo estético para una mayoría inequívoca de hombres adultos. Independientemente de aquello que se diga desde los altavoces oficiales, lo que nos gusta a nosotros es más bien la línea parabólica y una cierta confortabilidad del tejido acolchado. La preponderancia actual de la arista, la dictadura del ángulo seco, actúan como repelentes para el hombre heterosexual. Como mucho, a los hombres podría gustarnos lo que el maestro Josep Pla llamaba «la falsa flaca», que es aquella señora que anuncia delgadez y que después, en una cierta proximidad particular, desvela un panorama personal de mullida condición. El descubrimiento de una falsa delgadez es una sorpresa de lo más agradable.

 Se me dirá que este asunto tiene una importancia relativa, pero no es cierto. Queremos exponer esta problemática porque uno entiende, en su humildad, que aquí estamos ante un malentendido formidable. Las mujeres que tratan de gustar a los hombres y que para ello buscan con frenesí la delgadez en su más alto grado deben saber que eso a nosotros no nos resulta agradable, y que el camino autodestructivo que estas mujeres están recorriendo no sólo es demencial y peligrosísimo, sino que también es inútil, salvo que la idea de fondo sea la de la estricta competición mortal entre las propias mujeres por conseguir la estructura corporal más cadavérica, en cuyo caso lo único que nos queda es echarnos a llorar. Las que simplemente quieran tener un buen aspecto (cosa que, por otra parte, tiene una importancia muy reducida) sólo tienen que vivir en una normalidad moderada, con las correspondientes zonas corporales medianamente asibles y con el despliegue natural de una relativa adiposidad, siempre acogedora. La manipulación del propio cuerpo en aras de «sentirse mejor con uno mismo» (que es lo que propagan los apóstoles de la superficialidad), ya sea en formato de delgadez máxima o de retoques quirúrgicos, es siempre una equivocación, y acaba provocando una cierta repugnancia.

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Un comentario en “Mujeres en los huesos

  1. Una vez más, don Pedro hace gala de su visión preclara y profunda. Me gustaría, no obstante, matizar un par de asuntos. Si bien no puedo menos que asentir con muchas verdades concretas que en esta entrada se propugnan, no puedo menos que disentir ante la verdad de fondo postulada aquí. Hay dos motivos por los que las modelos de pasarela tienden a ser muy delgadas.
    Lo primero es que las modelos no son delgadas porque se haya establecido un nuevo canon de belleza en el que la delgadez extrema se vea como algo atractivo a los hombres. De hecho, todo el mundo sabe que a los hombres nos atraen las mujeres carnosas. Pero los hombres no leemos revistas de moda ni vemos el canal cosmo o divinity. Es a las mujeres a las que les atrae más la delgadez. Por eso el desfile de Victoria’s Secret lo ven hombres: por esa pasarela caminan unas jamelgas que poco o nada tienen que ver con las modelos más convencionales. El problema es que ese desfile no muestra ropa, sino que hace marca. Lo que se muestra es a las modelos, no a la ropa. Esas modelos son tan exuberantes y atractivas que resultaría vano intentar que cualquiera se fijase en el modelo de tanga concreto que lleva la compañera.
    Y esto nos lleva al segundo motivo. Lo que se busca con esas modelos de caras tan anodinas y andróginas es precisamente despertar muy poco erotismo. Incluso cuando a una se le escapa un pecho furtivo no sentimos nada más que una curiosidad casi biológica, erudita. La función de esas modelos es enseñar ropa, y para eso deben pasar completamente desapercibidas. Una modelo turgente y neumática hace que pronto olvidemos la ropa (porque estamos deseando que desaparezca de la ecuación).
    Espero con esto haber contribuido a despejar un par de confusiones sobre el tema. Le animo a seguir adelante con su blog.

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