Depardieu y el dinero

Todo el mundo sabe a estas alturas que Gerard Depardieu ha proclamado su cabreo como contribuyente y ha decidido renunciar a la ciudadanía francesa; el famoso actor considera que la presión fiscal a la que se está sometiendo a las rentas altas en Francia es insufrible, y ha decidido mudarse a un pueblo belga que ya acoge a un puñado de millonarios franceses exiliados. Paralelamente, el presidente ruso Putin ha ofrecido al actor la concesión de la nacionalidad rusa, y Depardieu ha aceptado ese ofrecimiento. En consecuencia, el intérprete de Cyrano de Bergerac ha viajado a Rusia y allí ha recibido los honores correspondientes, aderezados con una pompa y un boato de dimensiones colosales, propios de cualquier jefatura de Estado. A Depardieu le han dado una condecoración e incluso le han regalado un manto tradicional de mujik, manto cuya colocación en el torso del actor ha resultado muy trabajosa debido al impresionante tonelaje que actualmente soporta el señor Depardieu.

La situación creada en este caso es verdaderamente singular y ha desembocado en un cuadro ilustrativo magnífico. Hay un actor francés, que en tanto francés y actor podríamos incluir sin mucha reflexión en cualquier relación de abajofirmantes y personalidades significadas y de progreso (puesto que esa idea supersticiosa tenemos aquí de los actores y de los franceses), y ese actor francés es en cambio un hombre muy rico que apoyó a Sarkozy y que hoy se revuelve contra los impuestos. Ese actor es recibido en Rusia como un héroe y es invitado de manera ostensible a dejar de pagar impuestos, en lo que podríamos definir como un alarde capitalista en grado sumo, con lo que, resumiendo, el actor francés antisolidario se va a la antigua capital de la experimentación comunista a vivir la vida loca de ese lugar que hoy es la nueva Disneylandia del dinero excesivo. El cuadro es tan pintoresco que hasta la ventripotencia y el sobrepeso desbordado de Depardieu dan un ambiente magnífico de opulencia, un ambiente como de postsocialismo de embarcación de recreo, de champán para todos, con esa facilidad que tienen los rusos para la borrachera soñadora y llorona (facilidad que está documentada en mil fuentes de la ficción y de la realidad, desde las novelas de Dostoievski hasta las performances de Boris Yeltsin).

Y lo más significativo es que ese escenario rocambolesco no está fuera de ningún parámetro de la realidad actual; incluso se puede decir que los abarca a todos. Por lo que se ve, cuando uno llega a cierto grado de almacenamiento monetario tiende de forma irremediable a tomar dos caminos: volverse conservador, de cara a conservar sus divisas, como ha hecho Gerard Depardieu; o empezar a dilapidar su dinero de la manera más excesiva y desencuadernada, que es lo que han venido haciendo determinados ciudadanos rusos desde la eliminación del comunismo. Ambos fenómenos son perfectas representaciones de la ley del péndulo, que como todos ustedes saben es infalible y que se basa en las oscilaciones extremas: si la sociedad se va a un extremo, hay que tener la seguridad de que el péndulo nos llevará con mayor fuerza y velocidad al otro extremo.
Por tanto, Depardieu en Rusia conforma un resumen elocuente de la la unión de ambas tendencias contemporáneas, dentro de una coyuntura en la que actuaciones contradictorias y movimientos fruto del desquiciamiento quedan justificados por la importancia del dinero. La carencia de dinero, la tenencia de dinero y el miedo a perder el dinero son los motores indiscutibles de nuestro mundo.

Dicho esto, Depardieu se tomará esta noche una botella de vodka junto al samovar de su nueva casa de campo rusa y desde hoy mismo empezará a echar de menos la suavidad del paisaje agrario y fluvial francés (que, a mi modesto entender, es una maravilla incomparable).

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