El diario Cinco Días abre hoy su edición de papel con la noticia de que la macroempresa española Telefónica va a revisar su política de externalización y outsourcing de servicios. Detrás de estos términos grotescos se esconde lo que se conoce como «la subcontrata», que no es otra cosa que contratar a una empresa externa para delegarle tareas cotidianas de nuestra propia compañía. Esta técnica se ha extendido de manera masiva durante los últimos años con la intención de reducir costes. El mundo de la subcontrata, que inicialmente podía tener determinada lógica mercantil, ha llegado a cotas tan absurdas que en la mayor parte de las grandes empresas se ha empezado a ver la subcontrata de la subcontrata: como ejemplo, vemos que hay empresas grandes que contratan a otra empresa especializada para gestionar sus sistemas informáticos, y esa empresa informática contrata a otra para delegarle ese mismo servicio; la tercera empresa lo subcontrata a otra, y, finalmente, quien lleva a cabo ese trabajo es una empresa minúscula que además pierde dinero realizando esa misión (porque evidentemente cada subcontratación lleva consigo un margen, y la cadena de subcontrataciones ha eliminado la mayor parte de los ingresos del contrato original). Por tanto, una idea que inicialmente aparece para mejorar la eficiencia y para ahorrar dinero nos lleva a una situación demencial en la que varias empresas intermedian y medran para que la dinámica acabe produciendo un servicio deficiente (puesto que la empresa final suele estar ahogada financieramente, y tiene que dar servicio en unas condiciones precarias) y un ahogo de la empresa pequeña (por las razones que ya hemos explicado). La consecuencia general de este carrusel extendidísimo es un ahorro para la empresa grande y una devastación de las cuentas de la empresa pequeña.
No estoy seguro de que a Telefónica le haya preocupado el futuro de la empresita que está al cargo de la subcontrata de la subcontrata de la subcontrata de su servicio. Probablemente, Telefónica ignore toda esta cadena impresionante de manoseo del servicio, o, si no la ignora, es posible que la haya permitido sin excesivos melindres. En cambio, es más probable que Telefónica se haya dado cuenta de que el servicio que se le da es cada vez peor, e incluso esté viendo que hay un servicio irregular mientras que algunos empleados de la propia Telefónica están dedicados al dolce far niente y a la vida ascética y levitativa. En realidad, la subcontratación progresiva y múltiple ha desembocado en un homenaje a la picaresca española, no sólo por parte de los empleados propios (que han dejado de hacer cosas aunque siguen en su puesto), sino que el propio proceso de subcontrata es una consolidación del españolísimo modelo del cobro de comisiones (hay empresas que cobran por pasar el balón del servicio).
Parece evidente que todo esto nos ha llevado a alejarnos un poco más de la economía productiva y eficiente, y ya estábamos lejísimos; pero es que además nos ha conducido a una relativa ruina de la empresa pequeña de servicios, que probablemente sea la pieza fundamental del sistema económico. En una mejorable metáfora quirúrgica, podríamos decir que he ahí una herida que hay que limpiar y coser para que no haya que amputar. De todas formas, la realidad es suficientemente gráfica como para necesitar imágenes metafóricas; recordemos al escritor valenciano José Martínez Ruiz, «Azorín», que escribiendo era cualquier cosa menos valenciano, y que dijo que «escribir con metáforas es hacer trampas». La subcontrata sucesiva y ad infinitum tiene una carga metafórica perfectamente imponente y no requiere ningún aderezo literario. En realidad, la subcontrata es la economía española.