La central nuclear de Santa María de Garoña, que está cerca de Medina de Pomar (Burgos), va a interrumpir este mes sus actividades atómicas después de cuarenta y dos años de servicio y va a cerrar la persiana. Los motivos para el cierre parecen parte de un jaleo global considerable, relacionado con el sistema de tarifas eléctricas en España, que como todo el mundo sabe es un sistema demencial en el que cada año se acumula un déficit que da mucho miedo. En todo caso, la central se prepara para la saca del uranio que tiene en su interior y para el posterior cierre. En este contexto, resulta que se ha sabido que hay unas monjas que se van a ver afectadas por el cierre: en concreto, se trata de las religiosas de monasterio de Santa Clara, que se encargan del servicio de lavandería de la zona no restringida de la central. Sor Luz María, una de las clarisas, ha explicado a la Agencia Efe que los servicios que las monjas prestan a la central nuclear constituyen la principal fuente de ingresos de esta comunidad religiosa.
Esta situación con las monjas es un ejemplo magnífico del error que supone simplificar y mixtificar sin ver en el detalle de las cosas. En el mundo actual, parece que hay que ser partidario o detractor de algo y hay que serlo desde el energumenismo redomado y sin ninguna matización, cuando realmente se puede comprobar que el mundo no es blanco o negro, sino más bien gris e impreciso. La energía nuclear presenta varios problemas, entre los que está su indiscutible peligrosidad potencial (por así decirlo), pero a cambio es una fuente de ingresos magnífica y limpia (siempre que no tenga ninguna avería) y constituye un foco de prosperidad que se expande incluso a un sector económico tan sumamente vetusto como el que representan estas señoras religiosas. Es decir, que la actividad atómica, que para muchos supone una aberración tremenda, ha permitido que estas mujeres de Dios se mantengan activas y dentro del mecanismo económico general. Por ello creo que a la hora de debatir sobre la viabilidad y el futuro de estas instalaciones habría que escuchar más a los técnicos y a los expertos y un poco menos a los cretinos vociferantes.
En este sentido, lo de las monjas puede relacionarse, por ejemplo, con las bofetadas que hay entre varias localidades manchegas sobre la posibilidad de albergar bajo tierra un almacén de residuos nucleares; curiosamente, las bofetadas no son para librarse del almacén, sino para conseguirlo. Estos pueblos conocen el hipotético peligro que tienen los residuos, pero también conocen el peligro del hambre y de la miseria, un peligro nada hipotético y sí presente y palpable.
Nadie quiere que la fisión nuclear se lleve a cabo en sus aledaños, puesto que tenemos la sensación de que este proceso es un desbarajuste físico sensacional y con un peligro indudable, aunque se desarrolle bajo los más estrictos parámetros de seguridad. No obstante, si esa actividad atómica va a reportarle a uno determinados ingresos, la cosa cambia, porque está demostrado que la miseria tiene una fuerza devastadora tremenda. Los manchegos y las monjas no tienen nada de tontos y son conscientes de que el hambre encierra una determinada cantidad de megatones. La proximidad de la miseria, inequívoca, sobresaliente, es el Hiroshima de hoy.