Se decía que la Red iba a brindar grandes oportunidades para los creadores y artistas, pero en determinados ámbitos estamos viendo cómo las cosas no son como se esperaban. En concreto, la industria del disco musical está en su peor momento; la venta de discos, como fenómeno comercial concretado en una transacción, es un acontecimiento extinguido. Nadie compra jamás discos físicos. En estas circunstancias, una de las alternativas legales que se establecieron para generar ingresos por las descargas fue el sistema Spotify, y esta alternativa fue acogida con entusiasmo por intérpretes y discográficas: se abría la posibilidad de rentabilizar la nueva e irreversible manera de escuchar música.
Pues bien; después de años de funcionamiento consolidado y masivo del sistema Spotify, el resultado no está siendo satisfactorio para los músicos. Los intérpretes y creadores se sienten engañados: la recaudación que reciben es paupérrima, y la comprobación de descargas y la revisión del ajuste recaudatorio son actividades de auditoría técnicamente imposibles para estos músicos. En concreto, parece ser que son necesarias 60.000 descargas de una canción para que el artista cobre lo que antes cobraba por la venta de una sola copia de un disco. Santi Balmes, miembro del grupo Love of Lesbian, y en declaraciones recogidas por el diario El Correo, dice que en 2012 ellos han tenido más de dos millones de descargas y esas descargas millonarias les han reportado unos ingresos totales de 400 euros, a repartir entre cinco músicos que forman el grupo. Con 400 euros para todo el grupo, la viabilidad profesional parece más bien complicada; los Hermanos Marx ya definieron este asunto en Una Noche en la Opera:
CHICO: ¿Cuánto dinero le quedará al mes a este tenor después de los impuestos y las comisiones?
GROUCHO: Dos dólares.
CHICO: ¿Y podrá vivir en Nueva York con dos dólares?.
GROUCHO: Como un príncipe. No podrá comer, pero vivirá como un príncipe.
Paralelamente, se ha sabido que Daniel Ek, socio fundador de Spotify, se ha convertido en uno de los hombres más ricos del Reino Unido (con una fortuna estimada en 230 millones de libras, que es más o menos el mismo patrimonio que tiene Mick Jagger después de cincuenta años de éxito incomparable); además, se ve que las discográficas no se quejan excesivamente de esta situación, lo cual ha llevado a determinados músicos a desconfiar del sistema y a sospechar que alguien les está pegando el palo.
Afortunadamente para los músicos, siempre queda la posibilidad de tocar en vivo, y a eso se han lanzado todos: los jóvenes y los viejos. La gente no para de hacer giras grandes, medianas y pequeñas. Los grupos que se habían disuelto, grupos cuyos miembros se habían declarado la guerra perpetua, eliminan de pronto sus rencillas, se reúnen y tocan (no hay un factor más conciliador que la falta de dinero y la necesidad de volver a generarlo). Los músicos retirados tienen que abandonar su asilo y volver a la carretera.
La vuelta a los escenarios en mala forma física es una salida laboral que a veces resulta patética, otras cómica, y otras lamentable. En determinados casos, no obstante, resulta un éxito. Y desde luego es una salida que los creadores musicales tienen, y por ello han de estar agradecidos, puesto que, si uno tiene la desgracia de ser, digamos, un escritor, no tiene esa oportunidad laboral. Un escritor no hace giras y tiene todo el tiempo del mundo para ver cómo sus libros son descargados y copiados de manera gratuita: probablemente sus libros se leen como nunca, y probablemente se encuentran almacenados en los ebooks de muchísima gente. Con lo cual, se da una situación grotesca, en la que un escritor puede encontrarse en la cúspide de su éxito popular y, aun así, se muere de hambre.
Con lo cual, la gloria inmortal nunca ha estado tan al alcance de los autores, pero la muerte física por inanición tampoco estuvo nunca tan próxima (sobre todo, si consideramos la tremenda difusión actual por la Red). Maldita la gracia. Como dijo Woody Allen, «yo no quiero alcanzar la inmortalidad por medio de mi obra, sino que prefiero alcanzarla no muriéndome».