Máximo respeto para todos

La semana pasada, un cuadro del pintor norteamericano de origen letón Mark Rothko (1903-1970) fue vendido en una subasta celebrada en Sotheby’s por 67 millones de dólares. El cuadro es básicamente una pintura rectangular dispuesta en sentido vertical cuyo único contenido es una gran franja horizontal naranja, otra roja y otra azul sobre un fondo marrón. La obra se llama “No 1 (Royal Red and Blue)”. Al parecer, la pasada primavera se vendió otro cuadro del mismo autor por 86,8 millones de euros; no he visto ese cuadro, pero sospecho que el título (“Naranja, Rojo, Amarillo”) da suficientes pistas sobre su aspecto.

Parece ser que Rothko empezó su trayectoria artística pintando arte figurativo y más o menos surrealista, pero, por lo visto, en un momento dado (parece que en 1947) descubrió las grandes franjas de color y se dedicó en exclusiva a pintar eso.  A partir de entonces, Rothko defendió un arte digamos infantil, directo, primitivo, sin figuras (“cualquier figura conlleva ya un academicismo”, dijo). 

Tengo que reconocer que yo me encuentro dentro de ese grupo mínimo de ciudadanos que ante muchas manifestaciones del arte contemporáneo tiende a expresar su opinión mediante un encogimiento de hombros. Parte del arte contemporáneo que he tenido la suerte de contemplar en vivo me ha dejado frío; otra parte me ha fastidiado; algunas cosas, pocas, me han gustado. Presumo que, para el resto de grupos humanos, nosotros, los escépticos frente a la abstracción, somos considerados como unos cafres redomados y unos insensibles de cerebro rapado. He de decir que Rothko, con sus franjas rectangulares de colores sin volumen ni perspectiva y con su deliberada ausencia de técnica pictórica, es un pintor que, en mi opinión, es un excelente representante de una postura artística que ha dado pie a mucha cuquería y a que algunos pintores vivan de trabajar bastante poco, dicho sea sin ánimo de ofender. Pero desde hace ya décadas resulta inconcebible que alguien muestre discretamente su predilección por algún cuadro figurativo y tradicional sobre otro cuadro abstracto y moderno. Si uno compara, por ejemplo, un cuadro de Tàpies (hecho con calcetines, arena y tablones) con el retrato del Papa Inocencio X de Velázquez, por ejemplo, que es un cuadro en el que el Papa parece que se va a levantar de la silla y nos va a dar una bofetada, la sensaciones que uno experimenta son muy diferentes en uno y otro caso, por decirlo de un modo discreto.  Es recomendable, ya digo, guardarse determinadas opiniones en este campo, puesto que, de no hacerlo, la brigada policial de la abstracción cubista nos acusará de rastacueros y de mendrugos.

En este sentido, no diré yo que la pintura de Rothko sea una tomadura de pelo, porque es bien sabido que en el mundo moderno la función del arte ha cambiado y que ahora se trata de asombrar, sorprender y provocar, y, en ese sentido, a mí Rothko sí me sorprende y provoca, aunque no diré yo qué es lo que me provoca, ni si ese sentimiento provocado es positivo o es negativo. Entiendo que da igual mientras exista la provocación.

En consecuencia, lo verdaderamente asombroso no es que Rothko pintase en su momento cuadros con dos rectángulos de colores sin el más mínimo rastro de destreza profesional, y que a esos rectángulos este pintor no les diera otro significado que la simpleza abstracta, la pintura per se, en una postura que, repito, puede levantar muchas sospechas de dureza de rostro; Rothko es un artista muerto que ahora ya no puede aclararnos nada. Lo que me asombra de Rothko es que hoy en día haya alguien que compre uno de sus cuadros por la desmesurada cantidad de 86,8 millones de euros. Parece mucho dinero para un cuadro que busca dar una cierta impresión de simpleza infantil a gran escala. Si se trata de eso, yo tengo un sobrino de siete años que podría pintar el cuadro infantil auténtico a base de colores vivos y rectángulos más o menos regulares y que podríamos ofrecer a cualquier comprador por menos de la mitad de la cantidad pagada por el Rothko (incluso se podría negociar ese precio). 

El arte moderno de abstracción pura, de ausencia de técnica, es respetabilísimo. Y que haya alguien que se gaste millones de dólares en una muestra de ese arte también merece todos los respetos: ante todo, máximo respeto. Supongo que, en esa línea, también hay que respetar a quien piense que esa compra millonaria es una majadería esnob de dimensiones sensacionales.

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