Eros Ramazzotti y las contradicciones humanas

Soy una persona que ha disfrutado de determinadas cantidades de tiempo en algunos momentos, y gracias a ello he leído hasta el final el Ulises de Joyce, y he leído (dos veces) los siete tomos de «En busca del tiempo perdido» de Proust (cerca de 5.000 páginas en la versión de Alianza Editorial); soy un hombre que ha comprendido de forma aproximada las oscurísimas Soledades de Góngora; también puedo decir que he leído al completo el Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados de la Segunda República española; o lo más indiscernible de la obra de Faulkner, o las novelas de Cela que carecen total o parcialmente de signos de puntuación. Suelo releer cuando tengo un rato la Odisea, la Ilíada, el Quijote o todo Dostoievski. He disfrutado del cine reconcentrado, lento y moroso de Godard, Kurosawa, Terrence Malick, Kubrick o Erice; he escuchado muy a gusto música espesísima o directamente cacofónica de Frank Zappa, Pink Floyd, Chet Baker, Miles Davis o The Band. O sea, que, por algún motivo, tengo una modesta capacidad de atravesar con suavidad las manifestaciones artísticas más enrevesadas. Esto no lo digo como una demostración de mérito, ya que, cuando uno tiene algunas facultades para hacer algo, hacerlo es lo más fácil y natural.

El caso es que hace unos días me encontré a mí mismo tarareando música de Eros Ramazzotti. Me sorprendí, pero seguí mi camino. Y después de un rato, iba en el coche y me puse a cantar una canción del músico conquense José Luis Perales («Quiero ser agua fresca / Paloma en vuelo / Quiero ser lo que esperas de mí»). Volví a sorprenderme; traté de eliminar esa música de mi cabeza, intentando acordarme de alguna melodía original de Frank Zappa, pero como Zappa es un galimatías indiscernible, me volvía la canción de Perales, con sus arreglos de cuerda perfectamente melancólicos y sus letras llenas de gaviotas y de otros motivos similares. Y entonces me di cuenta de que la música pegadiza es indestructible, y, sobre todo, me di cuenta de que una persona siempre tiene dentro algunas contradicciones. No hay un hombre monolítico, de una pieza, impenetrable: todos somos más o menos permeables y contradictorios. Y si hubiera un hombre tan sólido como para tener una estructura sensorial jerarquizada e indiscutible, ese hombre tendría que ser una persona de trato imposible; probablemente sería un intolerante de tomo y lomo.

En consecuencia, somos seres complejos, y, en virtud de esa misma complejidad, a mí me gustan Eros Ramazzotti y José Luis Perales. Qué le vamos a hacer. Ramazzotti tiende más al tipo tradicional de cantante italiano guapete, y Perales es mucho mejor músico, aunque también es más aburrido, y sus letras son más cursis. Ambos cantan al amor desde el estereotipo más manoseado. Ambos conocen el mecanismo de construcción de estribillos adherentes. Ambos son, en este sentido, dos profesionales irreprochables.

Pero el asunto de fondo es que parece razonable pensar que todos somos multiformes y que todos tenemos nuestras debilidades contradictorias, y, en ese sentido, no sería raro encontrarnos en una velada de lucha libre con algún ajedrecista superdotado, o que, en sentido contrario, los asistentes a un congreso sobre la «Crítica de la Razón Pura» de Kant acaben formando una conga en una discoteca al ritmo de «El Venao«.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s