En el mundo occidental y urbanizado, las muchedumbres se reúnen voluntariamente y son por eso mismo un fenómeno que no se entiende. En el llamado Primer Mundo no hay suficientes motivos como para formar parte de una muchedumbre; sólo una situación extrema (hambruna, persecución masiva, ataque bélico, desbarajuste generalizado) puede justificar la aparición de la muchedumbre. Lo que ha pasado en Madrid con el aplastamiento de las cinco jóvenes en una fiesta a la que habían acudido más de 10.000 personas es lo que puede acabar pasando cuando uno se junta con tanta gente en cualquier sitio. Que se hayan seguido o no los protocolos de seguridad de esa fiesta es lo de menos; los protocolos no pueden con la masa encerrada, que es devastadora. La vida humana es fragilísima, y en estos encierros vale aún menos.
Naturalmente, toda persona es libre de agolparse con quien crea conveniente en un local, y es libre de participar allí en la eliminación imparable del oxígeno ambiental, pero puede ser necesario que esas personas apelotonadas sepan que cualquier protocolo de seguridad se disuelve cuando se propaga el pánico y cuando todos corren en la misma dirección. Generalmente, las reuniones masificadas de personas se convocan para amplificar los beneficios del convocante de la reunión, y hay tantos ejemplos de este fenómeno que no merece la pena enumerarlos.
Hoy en día hay medios materiales avanzadísimos como para conseguir evitar este atraso que supone la marabunta: con la tecnología actual, una reunión de, digamos, más de doscientas personas (por fijar una cifra de referencia) es una equivocación, y no digo nada ya de los 10.000 de la fiesta del otro día, una fiesta en la que nadie escucha a nadie y en la que nos convertimos deliberadamente en pollos de granja industrial.
En mi opinión, estamos en un momento idóneo para no ir a esos lugares y optar, en cambio, por la intimidad. La intimidad compartida voluntariamente, la reunión reducida, la proximidad amistosa: ésas son las experiencias formidables que han de preponderar. Si uno quiere conocer gente, puedo asegurarle que en una fiesta tecno para 10.000 personas no va a conocer a nadie. Yo me he pasado la vida formando parte de masificaciones de gente, y proclamo que es un mundo de soledad horripilante y de riesgo físico insoslayable. No hay apenas posibilidades de comunicación humana en un recinto superpoblado. La insalubridad afectiva es concretísima y definitiva.
Acabemos con esto. Reduzcamos los aforos de estos lugares. Quitemos localidades en los estadios de fútbol. Estamos en un país que, salvo en sus grandes ciudades, está despoblado: vayamos por tanto al campo abierto, que hay sitio de sobra; sentémonos al aire libre y démonos unos metros de cortesía. Transformemos nuestra afición a bailar música tecno en una búsqueda continua de la gran conversación íntima en cualquier cafetería medio vacía. Hagámonos duraderos en la mente de nuestros amigos. Es muy importante dejar de ser electrodomésticos, y convertirnos en seres vivos. Y, si es posible, no seres bovinos, sino personas, y, a poder ser, sencillas e individualizadas.
Me parece, sin embargo, que el veneno de la aglomeración está ya extendidísimo.