Ayer en el programa Salvados, de La Sexta, se habló de la desobediencia civil como respuesta sosegada a las medidas económicas implacables que los gobiernos están poniendo en marcha. Jordi Évole viajó a la República de Irlanda para contarnos que allí una parte muy importante de la ciudadanîa no está de acuerdo con la reciente aplicación de una tasa de 100 euros a los propietarios de cualquier vivienda, tasa aplicada universalmente y sin discriminar por nivel de renta o por situación personal. Los que se oponen a ese impuesto dicen que es injusto, abusivo y que todo lo que se recaude con ello irá directamente a ayudar a los bancos irlandeses, que como todo el mundo sabe han sido rescatados por su gobierno debido a una gestión imprudente del riesgo (dicho de forma muy resumida y burda). Todo ello estaba explicado con el estilo habitual del programa, que tiene el mérito de presentar los problemas más complejos como si fueran cosas sencillísimas y cuyo presentador es un maestro absoluto en el manejo del silogismo televisivo y en enredar al entrevistado por caminos intransitables (objetivamente, este señor Évole es un profesional fabuloso).
A priori, el asunto del impuesto irlandés parece un caso corriente: en general, cualquier persona está en contra de los impuestos aplicados a uno mismo, los que paga cada uno. Es complicadísimo encontrar un solo ciudadano que pague sus impuestos con buena disposición de ánimo. Lo especial del caso irlandés radica en que no solamente hay un sentimiento contrario a este impuesto, sino que incluso buena parte de los propietarios de viviendas (según parece, alrededor de la mitad) han decidido no pagar el impuesto, y estos nuevos defraudadores fiscales se han quedado tan frescos. El presentador Évole preguntaba por la calle a irlandeses anónimos sobre este asunto, y había una mayoría de insumisos fiscales; los argumentos que daban variaban entre el hartazgo («llevo toda la vida pagando impuestos, y ya estoy harta», decía una señora) y la evidencia estadística («si hay un millón de personas que no pagan el impuesto, no creo que metan al millón en la cárcel», decía otro). Una mujer, en concreto, representante de alguna agrupación contestataria más o menos organizada, daba la siguiente justificación: «Es un impuesto no progresivo y es injusto, así que no hay que pagarlo». Una vez concluida la emisión de Salvados, cualquier espectador del programa podría tener la sospecha de que los responsables del mismo miraban con ojos comprensivos las medidas desobedientes de los propietarios de viviendas irlandeses.
Tal vez esta gente tenga razón, y puede ser que la manera de pelear contra las injusticias sea plantarles cara de forma activa y por encima de una legalidad injusta, como han hecho estos propietarios irlandeses. En cambio, puede haber determinadas personas que, aun estando en contra del impuesto, crean que el mecanismo democrático de protesta por vía ordinaria son las elecciones legislativas, y piensen que hay que pagar los impuestos (incluso los injustos) y luego castigar al impositor cruel en las urnas. Puede haber gente, digo, que piense que, como no hay cosa más relativa que la justicia, el incumplimiento individual de las obligaciones civiles no es un método admisible de queja, sino que es una ventana abierta al caos y al tumulto informe. Por decirlo de otra manera: hay sectores de la opinión pública que todavía tienen la creencia de que en democracia, si alguien llama a tu puerta a las cinco de la mañana ha de ser el lechero, y que, en democracia, si hay un impuesto abusivo, uno lo paga y luego reclama y protesta.
Pero es evidente que la obediencia civil es menos atractiva que la desobediencia, y, así, lo que va preponderando es la insumisión generalizada y la filosofía okupa. Ayer en el programa se invocaba al espíritu de Gandhi. Ojo porque, en adelante, Gandhi puede servir de aval para cometer cualquier delito administrativo o fiscal, siempre que se cometa desde la no violencia; en nombre del Mahatma, uno podrá negarse a poner el ticket en la zona azul de aparcamiento. La aplicación municipal y oportunista del modelo Gandhi es el resumen de la modernidad.