Con todas las cautelas que corresponden al caso, este blog quiere hacerse eco de los rumores que circulan por la Red sobre la última película de José Luis Garci. Resulta que Holmes y Watson: Madrid Days inició su camino en la taquilla con unas cifras paupérrimas, y su presencia en las salas se fue reduciendo semana a semana, y después de un mes, la película ya sólo se proyecta en un puñado de cines, culminando una trayectoria deprimente. Pues bien, se ha dado la circunstancia de que durante el último fin de semana la película ha tenido un incremento en su recaudación de más de un 5.000 %, superando a todas las demás en el promedio de euros por sala, cuando es sabido que, salvo casos perfectamente localizados de películas que suben poco a poco por el boca a oreja, la recaudación de todas las películas a lo largo del tiempo sufre una erosión imparable y tiende a cero. Intentando buscar motivos para tan insólito comportamiento, determinados sectores del gremio cinematográfico han dejado caer la posibilidad de que la productora de Garci se haya lanzado a comprar masivamente entradas de su propia película con el fin exclusivo de llegar a unos mínimos de recaudación, mínimos que garantizan a esa misma productora la adjudicación de una subvención administrativa. Es decir, que uno se gasta un dinero en entradas para conseguir que el Estado le dé después otra cantidad. Se da por hecho que la subvención a percibir ha de ser de mayor cuantía que el dinero invertido en entradas, porque, si no, esta práctica no tendría la más mínima lógica mercantil.
Estas mismas fuentes sostienen que la mecánica de comprar entradas para la película de uno mismo es medianamente habitual en el gremio, pero la verdad es que todo esto debería provocar sonrojo a cualquier no iniciado.
Dos conclusiones pueden sacarse de esta supuesta irregularidad: en primer lugar, que en España las únicas películas autóctonas que la gente va a ver en masa son las que protagoniza el actor Mario Casas (las demás son películas sin ningún público); concretamente, Garci es un cineasta que lleva décadas instalado en el clasicismo recalcitrante y en la inmovilidad de la cámara, y eso conlleva un aislamiento comercial notorio (la película anterior de Garci, Sangre de Mayo, costó 15 millones de euros y recaudó unos 700.000). El cine español no interesa, y concretamente el de Garci es un cine de una morosidad narrativa tan glacial que interesa aún menos. En segundo lugar, esta falta de espectadores nos lleva a la lógica pícara del proceso, que radica en el provecho de un modelo atrofiado y deforme: el modelo del subsidio a toda costa. Donde hay subvención irracional, se produce el desarrollo de la defraudación sistemática, y eso se puede ver en todos los órdenes de la vida española. Ahora bien: lo que choca aquí es que el presunto protagonista es el señor Garci, un profesional de orden y con galones. Si Garci ha llevado a cabo esta iniciativa, se coloca en el mismo plano que los fontaneros que cobran sin factura, los trabajadores sanos que están de baja, los que cobran por recoger aceitunas y cobran más por no recogerlas, y los que reciben el subsidio de desempleo y te lo confiesan mientras te arreglan el descansillo de la escalera (y luego te cobran, claro). El conglomerado defraudatorio no tiene límites en España, y ya alcanza a las más altas esferas (recordemos que Garci ganó un Oscar en 1983). No pueden extrañar a nadie las importantes reservas de los alemanes a la hora de rescatar a España, puesto que las únicas señales que emitimos son las de la malversación y la estafa, y con esa cosecha no hay ningún inconsciente que se atreva a prestarnos dinero.