Elogio del garbanzo

Independientemente de los estragos producidos por la crisis, en Vizcaya todavía existe la devoción por las alubias rojas, conocidas en otros lugares como judías pintas. A todos los vascos les gusta esta clase de alubias; un vizcaino, en concreto, es capaz de cualquier cosa con el fin de poder comer alubias, incluso de recorrer distancias larguísimas y de consentir que le cobren cantidades de dinero desorbitadas. Las alubias se sirven a lo bestia, en perol gigantesco y con sus sacramentos, y constituyen un alimento excesivo cuyo consumo deja a los comensales completamente agotados. La digestión de este plato viene marcada por una complejidad tremenda, y conlleva un trabajo corporal ingrato, una lucha contra el aire; por lo general, quien ha tomado alubias se encuentra arrasado y pasa una sobremesa peliaguda.

Pese a tanta fatiga digestiva, es evidente que para el público las alubias bien puestas presentan un indudable atractivo, puesto que, si no, todo este esfuerzo no merecería la pena. Yo no voy a negar que acepto y aceptaré sentarme ante un plato de alubias, y que acepto además con buena disposición, pero sí creo que esta fiebre generalizada por la alubia es excesiva. Hay determinadas legumbres con mucho menos predicamento entre nosotros y que, sin embargo, presentan unas cualidades insoslayables: desde la importante y cremosa lenteja, pasando por el guisante y las habitas, y llegando a lo que para mí es una de las cumbres de los productos vegetales: el garbanzo. El garbanzo es la joya del campo mediterráneo, y su textura tiene una mezcla superior de consistencia y suavidad; además, el garbanzo absorbe maravillosamente la esencia de cualquier ingrediente que lo acompañe, y da sin duda alguna el mejor caldo posible.

El garbanzo está muy reconocido en determinados países, e incluso en España hay un amplio porcentaje de lugares que tienen al garbanzo como el protagonista inequívoco de sus cocidos típicos, pero en Vizcaya el garbanzo es un producto menospreciado. Aquí hay gente que mata por unas alubias, pero nadie se mueve un milímetro para ir a comer garbanzos: el garbanzo nos gusta poco, y yo, en mi modesta medida, quiero enaltecerlo. A mi juicio, unos garbanzos con berza y con un poco de ajo, o con espinacas y huevo duro, constituyen un espectáculo de una simplicidad que no tiene rival, y desde un punto de vista estrictamente intestinal son platos amables que no producen los estragos arrasadores de las alubias.  

Por todo ello, propongo comer garbanzos. Vamos a comer garbanzos.

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