El actor Eduardo Casanova, que interpreta a Fidel en la serie de Telecinco Aída, ha visto cómo se filtraba esta semana en las redes sociales una foto en la que este joven aparece en actitud íntima con su novio. Parece que la foto fue sacada por él mismo ante un espejo y en un determinado momento de concreción fogosa. No es la primera vez que algún famoso denuncia el robo y el filtrado ilegal de material de esta naturaleza. Si uno es lo suficientemente ingenuo, puede pensar que alguien ha colgado esas fotos con intención de fastidiar; si, por el contrario, uno es un poco más retorcido, llegará a la conclusión de que las fotos han sido publicitadas de manera intencionada por el mismo personaje famoso, en busca de notoriedad, clicks y visitas en la Red. No lo sabemos.
Las fotos privadas de los famosos en cueros que circulan por ahí son en la mayor parte de las ocasiones autorretratos cutres obtenidos con el consabido smartphone. Eso quiere decir que el autor de las fotos suele ser uno mismo, y puede entenderse que la responsabilidad sobre esas imágenes empieza y acaba en el autor. Si uno no se pone en canicas, no coge el móvil y no se retrata de manera cochambrosa, nadie va a poder verle en tan embarazosa situación, por la simple razón de que no existirán tales imágenes. Para que se saboteen unas fotos es imprescindible que esas fotos existan. La lógica es incontestable: si lo que quiere es preservar la privacidad de su alcoba, el joven actor Casanova falla desde el momento en el que se saca la foto: sin foto no hay filtrado.
Algo parecido ocurre con el reciente reportaje veraniego de la duquesa de Cambridge, Kate Middleton, aunque en este caso sí parece que la joven ha sido espiada y que sus fotos se han obtenido en lo que se conoce como «un robado»; esos robos de la privacidad son lamentables, sí, y la publicación de esas fotos ha sido prohibida, pero el barullo no se hubiera producido si la señora de Windsor hubiese mantenido sus glándulas mamarias dentro de los envoltorios que, habilitados a tal efecto, existen en su bikini. Que conste que uno puede ser partidario del aireado y consiguiente contemplación de los reales pechos de su Alteza, y al mismo tiempo consciente de que, una vez se liberan las mamas, y a esas mamas les da el aire y el sol de mediodía, aparece el riesgo de que sean retratadas.
En el caso de la duquesa, hay gente que opina que entre las prerrogativas reales no está la exhibición pectoral, o que tomar el sol a pelo no es una las obligaciones del cargo de heredero al trono británico. Por tanto, la duquesa se ha quitado la ropa en un imprudente gesto plebeyo que ha acarreado publicidad. Porque además se puede ordenar la retirada de las fotografías, pero en la memoria de la gente (o en los confines de Internet) esos pechos siguen en vigor.
Dicho todo esto, en el caso del joven Fidel tenemos el agravante del autorretrato absurdo. Él se ha sacado la foto, una foto que no interesa a nadie, por lo que seguirá habiendo personas malintencionadas que pensarán que al actor de Aída todo este lío no le viene mal. No se comprende cuál es la ventaja que se puede obtener del pequeño escándalo nudista y acalorado, salvo el hecho simple de que se hable de uno, sin más; lamentablemente, tal vez ése sea el objetivo general de la legión de exhibicionistas que gritan una y otra vez en cada twit.